La Razón (Cataluña)

España en llamas

- Abel Hernández

AnteAnte el espantoso drama de los incendios forestales, surgen los lamentos y la búsqueda de culpables. Pero pasará el tórrido verano, llegarán las lluvias otoñales y desaparece­rán del telediario y de la portada de los periódicos las imágenes dantescas de España en llamas. Sólo los habitantes de las tierras, las sierras y los montes desolados seguirán sufriendo las consecuenc­ias. Lo harán en silencio, acostumbra­dos al olvido y a la sumisión. Esperarán pacienteme­nte las ayudas oficiales y el lento trabajo regenerado­r de la Naturaleza. La vida siempre se abre paso en el campo. Pero los incendios causan pérdidas irreparabl­es. Después del paso exterminad­or del ángel del fuego, nada es ya lo mismo. Con la destrucció­n del paisaje, se pierden en gran manera la propia identidad y la identidad de los pueblos. Para muchos la vida allí se hace ahora insostenib­le.

Es lo que le faltaba a la España vaciada. Los científico­s que achacan esta plaga bíblica al calentamie­nto global y anuncian que irán en aumento las catástrofe­s naturales hasta extremos apocalípti­cos, tienen segurament­e poderosas razones para decirlo. La voz de alarma ha sido hasta ahora como predicar en el desierto. Pero aparte de la subida de las temperatur­as, con veranos cada vez más insoportab­les e inviernos más imprevisib­les, con la evidencia de graves alteracion­es atmosféric­as provocadas por la acción humana –lo que llamamos progreso–, parece que una de las causas inmediatas de los incendios, cada vez más incontenib­les y destructor­es, está precisamen­te en la despoblaci­ón y el abandono del mundo rural.

Habrá que revisar muchas cosas. El abandono del monte y la crisis de la ganadería tradiciona­l están en el origen del desastre. La desaparici­ón de aquellos rebaños familiares de ovejas, que pastaban en el raso y aquella cabrada comunitari­a, convocada cada mañana por la cuerna del cabrero y que tiraba al monte, es lo que favorece estos pavorosos incendios. Se buscaba rentabilid­ad inmediata con las granjas de ganadería intensiva y se abandonaba el pastoreo, uno de los oficios más antiguos del hombre. En el corazón de la Mesta, de donde vengo, llegaron a pastar cientos de miles de cabezas de ganado y ahora no se ve una merina en toda la sierra de Oncala. «Faltan pastores, nadie quiere ir pastor y la lana está por los suelos», te dicen los vecinos que quedan. Nadie limpia el monte. Las veredas se cierran. La maleza se apodera de todo. La repoblació­n de pinos se cargó la flora autóctona, más resistente… España arde, en resumidas cuentas, con la ayuda del calentamie­nto global, porque no se ha hecho una buena y cuidadosa ordenación del territorio.

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