La Razón (Cataluña)

Y en estas estamos

- José Luis Requero José Luis Requero es magistrado

HaceHace tiempo sentencié que no volvería a ocuparme de la situación del Consejo General del Poder Judicial, cuya renovación lleva paralizada casi tres años. Juré no volver a machacar sobre cómo diablos hemos llegado a esto, un capítulo más en el tradiciona­l desprecio socialista hacia la independen­cia judicial, ni del patético seguidismo del principal partido de la oposición, a intervalos llamado a gobernar sólo para cuadrar cuentas y llenarle la despensa al adversario.

Sin embargo, en ese proceso degenerati­vo, ha aparecido una circunstan­cia que merece comentar no sólo porque afecte al Consejo, sino porque confirma las conclusion­es que ya he hecho en estas páginas e intensific­a mi tradiciona­l convicción de que al socialismo hispano parece causarle urticaria las reglas del Estado de Derecho. Aunque para ser sinceros, viendo cómo el progresism­o yanqui se las gasta en Estados Unidos tras la reciente sentencia que enmienda la jurisprude­ncia sobre el aborto, advierto una patología planetaria, agresiva, aquí comprada por socialista­s y demás fuerzas de apoyo. De esa sentencia también me he ocupado en estas páginas.

Ahora me refiero a las maquinacio­nes socialista­s para renovar -ya- el Tribunal Constituci­onal. Hay que recordar que al no renoel varse el actual Consejo -dominado por una caterva fascista-, le capó competenci­almente para que, estando como está en funciones, no pueda hacer nombramien­tos, lo que le impide elegir a dos magistrado­s del Tribunal Constituci­onal. Recuérdese que este tribunal tiene doce miembros que se renuevan de cuatro en cuatro, o sea por tercios y cuando le toque a cada grupo: un tercio los nombra el Congreso, otro el Senado y el otro al alimón por gobierno y Consejo, cada uno elige a dos. Pues resulta que toca ahora renovar ese último tercio y el Consejo ya no puede al haber sido capado competenci­almente, luego el gobierno capador tampoco puede elegir a sus dos magistrado­s, luego el efecto de esa ablación es que pierde la oportunida­d de controlar al tribunal.

La cuestión es vergonzosa e inquietant­e. Vergonzosa porque muestra cómo se las gastan quienes nos gobiernan, en el fondo nada nuevo si contemplam­os la historia del socialismo ibérico; vergonzosa también porque una vez capado competenci­almente el Consejo, no puede cumplir su función general de hacer nombramien­tos en tanto no se renueve, algo que le importa un rábano al capador sólo interesado en reformar su reforma para que sólo pueda nombrar a los dos magistrado­s para el Constituci­onal; el resto de cargos que siguen vacantes le trae sin cuidado. E inquietant­e porque esa reforma esconde un plan de calado. Sobre él que ya me he pronunciad­o, pero, como enseña la publicidad, para que un mensaje cale hay que ser machacón.

En efecto, los analistas nos recuerdan que penden del tribunal juzgar la constituci­onalidad de las leyes más ideológica­s de los últimos años (vgr. aborto, eutanasia, enseñanza, persecució­n a los provida, más todas las que transpiran ideología de género) a lo que se añadirá, por ejemplo, los planes para mutar de Estado autonómico a federal. El objetivo es claro: ha llegado el momento de crear nuevo orden constituci­onal que para la izquierda radical lleva pospuesto desde la muerte de Franco pues, al fin y al cabo, la Transición es pura transexual­idad franquista. Es momento de retomar un reloj parado desde un 18 de julio de 1936 y erigir el país deseado pero, ojo, evitando un enojoso y arriesgado proceso de reforma constituci­onal y la solución pasa por controlar el Tribunal Constituci­onal.

La solución pasa por nombrar juristas incluso algún antisistem­a togado-, especialis­tas en «relecturas», capaces de hacer decir a las leyes lo que convenga ideológica­mente, pero que no sólo digan que una ley ideológica­mente radical no es inconstitu­cional sino algo más: que encierra la verdadera Constituci­ón; juristas de esos que, armados de papel y boli, te podrían razonar, por ejemplo y perdón por exagerar, que nada hay más constituci­onal que la pena de muerte o que, pongo por caso, donde el artículo 5 dice que «La capital del Estado es la villa de Madrid» en realidad, si se lee bien, dice que es Barcelona; o donde el artículo 128.1 dice que «Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularida­d está subordinad­a al interés general» en realidad no dice «general», sino «de Cataluña».

Pues en estas estamos. Y ante tal desprecio y manipulaci­ón de la Justicia y hacia su órgano de gobierno ¿qué puede hacer el Consejo?.Pues bien podría no hacer nombramien­tos, bien por no llegar a acuerdo alguno o por falta de quórum el día de la votación. O ir a por todas: ese día dimitir en bloque, más aún, que los candidatos al Consejo ya preselecci­onados retiren sus candidatur­as y, aún más, que si hubiere una próxima preselecci­ón las asociacion­es y los jueces renuncien a participar para desbaratar un régimen ya pervertido.

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