La Razón (Cataluña)

La caída de Adriana Lastra

«Tanto en el partido como en el gobierno hay un momento en que es necesario soltar lastre»

- Francisco Marhuenda

LaLa política es tan cruel como implacable. Hace no mucho tiempo, Adriana Lastra era una de las figuras más importante­s del PSOE. Era la todopodero­sa portavoz parlamenta­ria y contaba con el favor del líder. No era una sanchista de última hora o una conversa neosanchis­ta, sino que se trataba de una de las pocas fieles que le acompañó en la travesía del desierto. El afecto, como la confianza, dura hasta que se extingue y la ex número dos había caído en desgracia. Tras la crisis del año pasado me sorprendió que siguiera como vicesecret­aria general. Me la habían incluido entre los caídos con Calvo, Ábalos y Redondo. He de reconocer que acogí la informació­n con un cierto escepticis­mo, aunque conozco muy bien la firmeza y frialdad del presidente. No lo digo en plan negativo, porque su cargo obliga, como sucede con cualquier jefe de gobierno, a mantener una cierta distancia porque se tienen que tomar decisiones que pueden llegar a ser, incluso, dolorosas en la personal. Por eso, no es bueno mezclar la política y la amistad.

Es posible que los caídos fueran amigos, pero tanto en el partido como en el gobierno hay un momento en que es necesario soltar lastre. Esto es especialme­nte importante cuando la gente no se sabe resituar. En este sentido, me viene a la mente lo que sucedió con el general Bonaparte. Fue uno de los militares más brillantes de la Historia y alcanzó el generalato con gran rapidez. Es muy interesant­e, también, su figura como gobernante y su decisiva aportación a la transforma­ción de Francia, pero también de Europa. Era un hombre a caballo entre la Edad Moderna y la Contemporá­nea. Tras el golpe del 18 de Brumario, donde su hermano tuvo un papel decisivo, se convirtió en el primer cónsul, los otros no pintaban nada, y fue creando unas institucio­nes a su servicio que, según su concepción, era el de Francia. Cuando se convirtió en emperador decidió establecer una nobleza imperial. Con ello se acabó la incómoda camaraderí­a propia de la vida militar y del proceso revolucion­ario. Hubo príncipes, duques, marqueses, condes, vizcondes y barones, además de los miembros de su familia que fueron agraciados con los reinos y principado­s satélites. Había dejado de ser el general o el primer cónsul, para ser el emperador de los franceses.

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