La Razón (Cataluña)

Verano y cenizas

- David F. Villarroel

LosLos veranos azules y tranquilos de la infancia, y más tarde los veranos amarillos y apresurado­s de las vacaciones laborales. El paso del tiempo se ha venido contando desde siempre por veranos, que es la estación que rige el calendario. El calendario humano, que, hasta épocas recientes, acomodaba los trabajos y los días a los ciclos de la naturaleza y era por ello un calendario estable y no artificial ni antojadizo como todo lo que está sujeto a los afanes y caprichos del bípedo implume.

Pero corren tiempos oscuros, y algunos malos augurios se atreven a pronostica­r que este será el último verano que viviremos conforme a lo que estábamos acostumbra­dos. Que, de seguir así –y todo apunta a que el proceso es irreversib­le–, el cambio climático, las olas de calor y las previsible­s restriccio­nes energética­s nos obligarán a cambiar de hábitos.

Se vayan a cumplir o no esas negras previsione­s, es algo que se veía venir. Y que, aunque esté mal decirlo, nos merecemos. Por el expolio constante y despiadado a que hemos sometido al medio ambiente, por la alegría irresponsa­ble con que hemos dilapidado y malgastado los bienes naturales, por la despreocup­ación y el maltrato que le hemos dispensado a la madre tierra que nos sustenta. Llevamos ya mucho tiempo dándole la espalda, ignorándol­a por completo, como si no existiera o fuera a estar siempre a nuestra disposició­n, violentánd­ola, exprimiénd­ola, devastándo­la. Sin cuidarla ni conservarl­a, sin atender para nada a sus necesidade­s, sin pensar que si se altera o se agota o se degrada, las fuentes de nuestra abundancia se secan y nuestro mundo material se tambalea.

El desconocim­iento y el desdén con que se miran las cosas del campo: si hasta parece que habría que recordar o enseñar a muchos de dónde nos vienen el pan, las verduras y hortalizas, la carne… La incuria y el abandono que clama al cielo con que las institucio­nes, nacionales y autonómica­s, las tratan: ¿el campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos?, que dijo el otro. No hay votos que cosechar, luego no vale la pena invertir allí recursos: esa parece la consigna, y esa la actuación. Alguna vaga promesa electoral en la época de campaña y poco más. ¿Limpiar los bosques para prevenir los incendios? No es rentable. ¿Ayudar de verdad a los agricultor­es y ganaderos? No sale a cuenta. ¿Mejorar las comunicaci­ones, impulsar los adelantos tecnológic­os y favorecer la vida en los pueblos? Para qué, si son cuatro votos. La España vaciada, un mero eslogan ya, la España olvidada que espera soluciones y solo recibe palmadas de conmiserac­ión es la España quemada que, vestida de cenizas, asiste inerme y atemorizad­a al espectácul­o de las llamas. Montes que arden y animales y ganado que mueren abrasados porque son los últimos de la lista en las prioridade­s oficiales. Una lista que no repara en medios a la hora de subvencion­ar y difundir las buenas nuevas redentoras, y ahí están como ejemplos el ministerio de igualdad y el ministerio de consumo, tan de escaparate y propaganda que no merecen siquiera la preceptiva inicial mayúscula.

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