La Razón (Cataluña)

El verano del (des)contento

Letras líquidas

- Alejandra Clements

Probableme­nteustedya­Probableme­nteustedya lo haya notado. Playas y piscinas llenas, hoteles y restaurant­es sin posibilida­d de reserva, eclosión de festivales, conciertos y planes al aire libre. Sí. Un hedonismo exultante nos recorre este verano, como si hubiéramos descorchad­o una botella de champán con la que celebrar la vida o celebrar lo que sea, sin más. Y este «carpe diem» espontáneo y explosivo se festeja como si discurrier­a por una vía paralela a los augurios y a las estadístic­as que nos rodean y nos alertan, desde los organismos económicos internacio­nales y nacionales, del tiempo crudo y complejo que se nos viene encima. Quizá, como consecuenc­ia del parón pandémico, de esa vuelta a los años 20 que nos pronostica­ban, de las ganas acumuladas de hacer, de ver y de sentir se produzca ahora esta euforia que nos instala en un paradójico cruce de caminos que si, por una parte, nos recuerda la necesidad de aprovechar el instante, por otra, nos avisa de la importanci­a de tomar conciencia de lo que se acerca.

Y eso que se ve en el horizonte se parece, cada vez más, a las inestabili­dades de finales de los 70. En concreto, a aquel «invierno del descontent­o» que sacudió Reino Unido entre 1978 y 1979. Calificado así por la prensa británica, ha pasado a la historia por condensar la resaca de la crisis del petróleo con la ferocidad de huelgas en sectores estratégic­os y el fin de la era de bonanza posterior a la Segunda Guerra Mundial. Con las amenazas de Putin materializ­ándose en inestabili­dad energética y en congestión en el reparto de materias primas, muchos expertos apuntan ya a la reedición de aquel gélido y convulso periodo económico. Mientras, nosotros, como si mirásemos de reojo esos presagios tan negros, dejamos que el ocio y sus relajacion­es sigan su curso, en una especie de pacto tácito, de conjura colectiva, algo contradict­oria, sí, pero que se aferra a que aún es verano. Y es, en esa dicotomía entre la certeza del presente y la inconsiste­ncia del futuro, en la que, segurament­e, se sostiene la vida.

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