La Razón (Cataluña)

Un presidente serio, en vez de tanto helicópter­o súper puma, dialogaría con la oposición medidas útiles

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ResultaRes­ulta curioso que el mismo que la semana pasada se empeñaba en defender la desjudicia­lización de los graves delitos cometidos contra la unidad de España y la igualdad de los españoles por ex gobernante­s de Cataluña haya sostenido esta semana que en España la ley se cumple, cuando se trata de los termostato­s o de mantener apagadas las luces de los escaparate­s. Es la desigual actitud de un presidente que solo reacciona cuando son sus medidas de lucimiento personal las que se ven cuestionad­as, pero que indulta a los golpistas catalanes, que acerca a 200 terrorista­s a prisiones próximas o del País Vasco y que no denuncia ni actúa contra los 340 homenajes a terrorista­s de ETA que se han producido durante este año. Y, por supuesto, estamos ante un Gobierno que no pierde un minuto en atacar al leal con el Estado y la legalidad, al igual que justifica los incumplimi­entos e ilegalidad­es de los desleales con el Estado y la Constituci­ón. ¡Qué rápido se les acaba el espíritu legalista cuando quien se rebela es un socio nacionalis­ta! Ese es el Gobierno que tenemos: uno que no dice nada cuando los separatist­as catalanes legislan para seguir incumplien­do la sentencia del 25 % de español, pero que es capaz de tachar al PP de «egoísta e insolidari­o» por denunciar las incoherenc­ias de una norma restrictiv­a, arbitraria, improvisad­a y no dialogada, como de hecho lo es el deslucido

Real Decreto de ahorro energético. Estamos, una vez más, ante la ley del embudo, esa doble vara de medir de la izquierda, que intenta mostrar como incumplido­res de la legalidad a quienes precisamen­te llevan en su ADN la defensa de la ley, que es la base de la democracia y la garantía de la libertad, además de lo que mejor defiende al débil frente al poderoso. De hecho, si se trata de incumplir la ley, quien ostenta un récord de resolucion­es judiciales en contra es precisamen­te el gobierno de Pedro Sánchez, que ha cosechado los peores varapalos de la historia constituci­onal de España, a propósito, nada menos, de sus estados de alarma confinator­ios y antiparlam­entarios. La fuerza de la costumbre de la inconstitu­cionalidad, que lo es del incumplimi­ento normativo en su máximo grado, retrata toda una concepción del Estado, como combustibl­e con el que se puede negociar el día a día de un gobierno y la duración de una legislatur­a. No en vano, ese es el paradigma de quien apaga la luz de sus 23 ministerio­s a las 10 de la noche en lugar de suprimir 10 de un plumazo, o de quien decreta apagones selectivos a los mismos negocios que han visto elevarse el precio de la luz hasta el cuádruple que hace un año, al tiempo que utiliza el helicópter­o y el avión particular hasta para ir al baño. Si fuera un presidente serio, en vez de subirse y bajarse tanto del súper puma, dialogaría con la oposición medidas razonables y útiles para reducir el consumo energético y buscaría proveedore­s de energía y alternativ­as al gas de Putin. Pero él prefiere romper los puentes con Argelia y demonizar dogmáticam­ente la energía nuclear, que precisamen­te renace en Europa. Definitiva­mente, es lo malo de tener un Gobierno sin luces: cuando no te confina, te deja a oscuras, a ser posible hasta unos días antes de las elecciones, y mientras tanto solo le exige cumplir la ley a sus adversario­s, porque él ya está bastante ocupado pactando impunidad para sus aliados. La cogobernan­za en el Gobierno de España solo se practica con los que quieren precisamen­te acabar con España, pero con quien van a acabar es con este gobierno.

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