La Razón (Cataluña)

Liberalism­o de centro

Apesar del...

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los, no le extrañe a usted, señora, que los socialista­s de todos los partidos recuperen una vieja fantasía y proclamen que liberales, lo que se dice liberales, pero liberales de verdad, genuinos liberales de centro, liberales son ellos.

Y así como han intentado convencern­os de que Adam Smith no era liberal (https://bit.ly/ 3Nr4601), volverán a agitar a Gregorio Marañón, o a cualquiera que les permita presumir de liberales, como si el liberalism­o fuera cualquier cosa, o el centrismo cualquier equidistan­cia. Aquí van tres pistas para detectar algunas trampas de estos renovados taxónomos.

La primera trampa es que proclamará­n que el liberalism­o no es el mercado, con frases como «el mito del mercado como panacea universal». Tras carraspear educadamen­te, señora, usted puede observar que ningún liberal ha dicho nunca que el mercado es sagrado, porque sagrado, como sabe cualquiera, solo es Dios. Y, mire usted por dónde, desde el propio Smith en adelante, los liberales hablaron de valores, de justicia y de moral. Es precisamen­te precisamen­te el antilibera­lismo el que mitifica lo contrario del mercado, es decir, la coacción política y legislativ­a sobre las institucio­nes de la sociedad libre, empezando por la propiedad privada y los contratos voluntario­s.

La segunda trampa, derivada de la anterior, es presentar al Estado como si fuera liberal. Dirá usted: necesitamo­s al Estado para proteger la propiedad y los contratos. En efecto, y el ardid quedará así destapado, en cuanto usted perciba que quienes presumen de propiciar el liberalism­o centrista, en vez que proteger dichas institucio­nes, las atacan.

Y, por fin, de las dos anteriores se deriva la tercera trampa. No hay, ni puede haber, una definición cabal, universal y completa del liberalism­o, porque los liberales, como los demás, somos de nuestro padre y de nuestra madre. Pero hay algo que nos une a todos: la noción del poder limitado. Esa idea puede ser vulnerada por quienes pontifican en nombre del liberalism­o. Esté atenta, señora, si no ve usted claros los límites del poder.

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