Jorge Vilches
LaLa izquierda quiere que todo se juzgue por las intenciones. Forma parte de su desprecio al mérito y al esfuerzo; es decir, a los resultados. Lo que importa es participar, dicen, no ganar, aunque se haga el ridículo o la pérdida sea irreparable. Juzgar por intenciones es el motor indispensable de la política emocional que gusta a la izquierda. Por ejemplo, no importa que la Segunda República fuera un desastre –siendo educado–, porque lo relevante es la intención que tuvieron aquellos revolucionarios de cambiar España. Lo mismo dicen de los gobiernos de Zapatero y Pedro Sánchez.
No hay manera de sostener, desde el conocimiento económico o jurídico, casi ninguna de sus medidas, pero lo que importa es la intención. Vale una muestra: el decreto energético. La pifia es absoluta.Noseconsultóaningún experto y lo publicaron en el BOE. Es y será un desastre, pero importa la intención: ahorrar energía.
Lo mismo está pasando en política exterior. Ucrania se queja de que la ayuda prometida por el Gobierno de Sánchez es escasa y de baja calidad. Vamos, que los Leopard que se iban a enviar, por ejemplo, están para el desguace. La chapuza se critica pero da igual, porque el sanchista dice que no hay que olvidar la intención de ayudar a Ucrania en la «guerra de Putin».
Nuestro «actor global», el que habita La Moncloa, desatendió las relaciones con Marruecos y Argelia a la vez. Es imposible encontrar un desatino mayor en la historia diplomática contemporánea de España. Son dos países en escalada bélica casi infinita, cuyos gobiernos se apoyan en la construcción del enemigo exterior y en el victimismo. Uno, el marroquí, histórico aliado de EE UU, y el otro, que salió de la influencia francesa para caer en la soviética. Dos países que viven de ser lugar de paso hacia Europa de