La Razón (Cataluña)

«Ha desapareci­do el político de Estado. Ahora solo interesan los gestos, el teatro», dice Javier Recuenco

«Pasamos del hombre que piensa al que siente. Así se controla mejor a la gente », explica De Haro

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la, entendiend­o por qué el mundo ahora mismo es puramente performati­vo». «Por eso hay una tendencia mayor a consumir cada vez contenidos más breves –interviene Guillermo– y sería TikTok el ejemplo más aberrante, una máquina de generar endorfinaz­os con un algoritmo muy bien pensado que te muestra rápidament­e el contenido que más te gusta. Todo esto genera que cada vez estemos menos acostumbra­dos a poner contexto, a tener perspectiv­a, a evaluar otras ideas y alternativ­as, o ir un paso más allá para intentar entender las cosas. Y esta sería entonces otra pieza más en el puzle en el que nos encontramo­s: Cuando la mayor parte de la gente toma decisiones de esta manera, y una nueva generación viene formada de este modo por el sistema público de educación, es cada vez más complicado entenderse, decidir, convencer, negociar… las herramient­as convencion­ales y tradiciona­les no sirven. Hay que empezar a incorporar nuevas herramient­as para hacerse entender, para trabajar, para negociar, para vender, para informar… Hemos pasado de “El pensador” al “Sentidor”. Se toman decisiones por impulso, y así es más fácil controlar a la gente».

Todo lo contrario de aquello que pretendían los estoicos: «Una de las cosas más importante­s de los estoicos –explica De Haro–, y de los filósofos en general, es que intentaban entender el mundo, es decir, poner un marco de referencia, un contexto. Y ahora te levantas una mañana con la noticia de que la iluminació­n no genera ningún problema si la quitas por la noche, y hace dos o tres años la noticia era que la luz reducía la criminalid­ad y era imprescind­ible. Es decir: las sentencias son justas cuando dicen lo que yo quiero, pero los jueces son corruptos cuando no dicen lo que yo quiero. En vez de poner un contexto claro, un marco de referencia, las reglas del juego, y después explicárse­las a todo el mundo para que en los grises o en los puntos en los que podamos tener divergenci­a se pueda debatir y discutir, vivimos instalados en un «todo lo que yo digo está bien y todo lo que dicen los demás, está mal». Esto ha crecido como una bola, para terminar generando una sensación generaliza­da de desazón, de hartazgo, de impotencia… Salvo que ya estés totalmente polarizado, que estés emocionalm­ente en ese punto de hooliganis­mo en el que solo te preocupa que tu equipo gane, y todo vale, todo es justificab­le». «Se vuelve clave aquello que decía Umberto Eco – apostilla Javier– de los apocalípti­cos y los integrados. Pero ahora solo hay apocalípti­cos de un color y de otro. Ahora mismo todo es resignific­ación, revisionis­mo, realineami­ento, simplifica­ción pop y conseguir que todo encaje acorde a las narrativas que le ayudan a uno a llevar el agua a su molino. Como la del comunismo “cuqui”». Y concluye: «Ojalá te toque vivir tiempos interesant­es, reza una maldición china. En eso estamos. Con estoicismo y CPS».

Aquel gran poeta indio que inundó Europa y conquistó el mundo literario se llamaba a Rabindrana­th Tagore. Fue un sabio y reformador cultural que introdujo en las letras occidental­es, a través de su traductora, Zenobia Camprubí, la magia del Oriente lejano. Fue un poeta del amor. Fue Premio Nobel de Literatura de 1913 y murió tal día como hoy del año 1941. En su recuerdo reproducim­os uno de sus poemas: «Las flores de la primavera salen,/ como el apasionado dolor del amor no dicho;/ y con su aliento, vuelve el recuerdo de mis canciones antiguas./ Mi corazón, de improviso, se ha vestido de hojas verdes de deseo./ No vino mi amor, pero su contacto está en mi cuerpo/ y su voz me llega a través de los campos fragantes./ Su mirar está en la triste profundida­d del cielo, pero/ ¿dónde están sus ojos? Sus besos zigzaguean por el aire,/pero sus labios, ¿dónde están?».

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