La Razón (Cataluña)

Rock & rulo

- Javier Menéndez Flores

Sorprende que sea en el glacial norte donde se ubican las más vivas fraguas del rock español. Ese oxímoron –hielo que quema– solo puede justificar­se por la pesadísima ancla de la tradición, puesto que el azar es capaz de las más locas carambolas pero no es tan terco. Rulo, cántabro de Reinosa, encontró en la caña la mejor lumbre con la que calentar su corazón de joven lobo inadaptado, y se forjó como músico con el metal incandesce­nte de Los Suaves, Barricada y Platero y Tú. En su tierra es igual de famoso que el Racing, las anchoas de Santoña y los Botín, solo que hace ya tiempo que se propuso trascender la esfera local y con cada nuevo disco y gira su nombre se ensancha y aumenta el número de rulistas de todos los acentos. Parece que haya pasado un siglo desde que se fugó de La Fuga, esa «universida­d» en donde comenzó a llamarle «hogar, dulce hogar» a la cuerda floja y en la que acabó camelándos­e al esquivo éxito. Lo que fue un paraíso se tornó en un penal por las luchas de egos y esas cosas tan feas y, sin embargo, tan fieramente humanas que suelen acontecer en los grupos de música que llevan largo tiempo rulando. Desde entonces, más de una década, defiende sus canciones con el aplomo de su nombre y ayudado de la artillería eficacísim­a de la Contraband­a, que más que sus músicos son sus cimientos de titanio, su red antibataca­zo, sus demonios custodios.

La más notable diferencia entre el pop y el rock es que el primero se escribe en cursiva y el segundo en negrita, aunque a veces el trazo grueso y la filigrana pueden darse un revolcón y engendrar tigres fascinante­s. Rulo ha entendido eso como nadie, y hace ya años que echó al fuego etiquetas y prejuicios, y compone sin otra presión que la de tratar de hacer buenas canciones, las mejores de las que es capaz. Por eso da igual que los roqueros duros lo vean demasiado lírico y que a los poperos les resulte un trueno, pues los diques y las taxonomías nunca se impondrán al argumento inapelable de la calidad. En su altar mayor de deidades paganas resplandec­en san Sabina y san Robe. Eso significa que es uno de esos tipos para quienes la elección de un adjetivo se convierte en un viacrucis y que dedica horas a buscar sinónimos de «contigo» y «sin ti», orilla y altamar de nuestra especie. Cuenta la leyenda que una vez ofreció todo un concierto descalzo, como un siux o un corredor etíope, y alguien así morirá, seguro, con las botas puestas. Pero quietos parados, porque aún queda un largo trecho para el día del adiós. Su melena retro, que recuerda a las de los futbolista­s o tenistas de los setenta, aquellos buenos chicos malos a los que solo les faltaba la guitarra eléctrica para dar el pego como estrellas de rock, todavía tiene que agitarse muchas noches sobre un escenario y agitar a quienes corean hasta las comas de sus canciones, un ejército que crece cada día. Larga vida al rock & Rulo.

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La Fuga, un grupo que marcó un tiempo en el género español

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