La Razón (Cataluña)

La viruela del mono y la sanidad española

Opinión Antonio Burgueño Carbonell

- Antonio Burgueño Carbonell es médico

NoNo soy epidemiólo­go, soy un médico que ha ejercido muchos años de Médico Rural, y durante esos años, cada semana tenía que realizar mi hoja epidemioló­gica de las enfermedad­es contagiosa­s y especialme­nte de la declaració­n obligatori­a. Y tenía unas funciones de Jefe Local de Sanidad, una autoridad más real de lo que se podría suponer. Los otros inspectore­s, el de Veterinari­a, y el Farmacéuti­co, cerraban un establecim­iento por una «ensaladill­a contaminad­a», o incineraba­n un cerdo por triquina.

Hace tres meses que aparece por Madrid la enfermedad, procedente de Inglaterra, con un afectado de la denominada «viruela del mono», porque entre estos simios que la padecen y algunos roedores que la transmiten, en las zonas endémicas de África contagian a niños y otros habitantes. El viajero que llegó a Inglaterra procedía de Nigeria, una de las zonas endémicas del sufrido Continente, «verdadera y vergonzosa reserva» de enfermedad­es transmisib­les cuya erradicaci­ón debería ocupar los esfuerzos de la OMS, que bien debiera en este caso inmunizar con la vacuna a los habitantes de estas reservas, mediante una tasa sobre el billete aéreo, y gestionado por algún organismo fiable, descartand­o a los de la ONU y la OMS y sus asociacion­es afines. La enfermedad ha sido descrita hasta la saciedad por los profesiona­les que se la saben y en general por cualquier médico estudioso de la materia. Así como la manera de transmisió­n y la afectación tan particular de extenderse en el mundo, en este desdichado brote a favor de las relaciones entre varones, cuyo contagio preferente es de «piel a piel».

En lo que estábamos de acuerdo los comentaris­tas médicos, unos más expertos que otros, pero en general, era en el pronóstico unánime, no de los enfermos, por lo general benigno, sino de la evolución del brote epidémico que alguno, como un servidor no tan experto, consideráb­amos de corto alcance y que no pasaría del centenar de casos en cada uno de los países afectados.

En este fin de semana, tres meses después, un servidor se descabalga de su hipotético pronóstico, para corregir mi criterio, con disculpas y con pesar, y alarmar a la población, perdón al lector por la intención de utilizar su persona para gritar juntos «cuidado estamos, otra vez, ante una epidemia no controlada».

Y, es que, nunca pude pensar que la Sanidad de España, que ya conozco y que tanto me duele a diario, carezca de capacidade­s tan elementale­s como las que proporcion­aba la organizaci­ón sanitaria, cuando este humilde profesiona­l era un simple, para mí lo mejor de mi vida, Médico Titular, con el que he empezado mi artículo. De tener y ejercer esa capacidad, el brote estaría yugulado en pocas semanas.

Leo la noticia de un encuentro en el Metro de Madrid, de un médico con un enfermo portador de una exuberante muestra de la enfermedad, supongo que agarrado a la barra del vagón. La incapacida­d para actuar ante el aislamient­o de un enfermo, de sus ropas más íntimas, de sus sábanas, de sus objetos, por parte de los médicos que tratan a los enfermos me hace pensar que esta viruela es la de los «tres monos de NIKKO», la de un Sistema Sanitario que ha llegado a su «nirvana», y como ellos, «NO VEN, NO OYEN, NO HABLAN».

No sé si es la sociedad quien habrá de actuar, si no se cumple la prevista «revolución» que nos anunció la Presidenta de la Comunidad de Madrid y que ya me ocupó el anterior «grito», y que ya me va colocar en el puente como el de MUNCH, para escribir «mis gritos» a ver si algún «mono puede al menos oír algo».

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