La Razón (Cataluña)

«La indiferenc­ia hacia la verdad…»

- Inma Castilla de Cortázar es Catedrátic­o de Fisiología Médica, Vicepresid­enta de la Fundación Foro Libertad y Alternativ­a (L&A) Inma Castilla de Cortázar

LaLa necesidad de respetar la realidad ese le le mental requisito para el progreso dela Medicina, de la Ciencia

en general y para el ejercicio eficaz de cualquier responsabi­lidad que requiera tomar medidas orientadas a resolver problemas, tanto si es curar una enfermedad, construir un puente, crear empleo o cualquier otra necesidad.

Respetar la realidad requiere discernir–apoyándono­s en la evidencia–entre loquees verdadero y loquees falso. Desde la perspectiv­a, y desde la mentalidad, que nos aporta la ciencia empírica es obvio afirmar que la verdad no se convierte en falsedad, ni viceversa, aunque se empeñe la opinión pública. Se podría sostener que es igual comer con la boca que con el conducto auditivo externo, pero no sería verdad. Se podría difundir que el hígado está en la fosa ilíaca, o detrás de la rótula, o a la izquierda del uréter derecho, pero la realidad es que está donde está y está para lo que está. Del mismo modo que 2 + 2 no son 3,25 aunque el 97% de los encuestado­s estén convencido­s de ello. Lo único que este sondeo pondría, a todo caso, de manifiesto sería la generaliza­da ignorancia en materia de Aritmética elemental.

La ciencia no puede estar so metida ala opiniónpúb­lica, y nadie osa ría en calificarl­a como antidemocr­ática, fascista, facha o políticame­nte incorrecta. Sencillame­nte, sería estúpido someter a votación la Ley de la Gravedad de Newton, el Teorema de Pitágoras, las Leyes de Kepler, el Principio de Fick, la Ley de Avogadro o las Leyes de Frank - Starling.

En otro orden de cosas, tampoco sería razonable someter a la opinión pública la bondad o maldad de la esclavitud. Se trata de saber si la esclavitud es intrínseca­mente mala, y no solo lo que la gente piensan acerca de ella. Si así fuera, sería mala ahora pero no lo habría sido en el pasado puesto que se consideró normal, legal y respetable. O seguiría siendo buena en Sudán donde todavía está vigente. Sin embargo, la esclavitud se superó porque hubo quienes lucharon contra ella, a pesar del consenso, de la opinión pública predominan­te. Sin esa actitud« poco tolerante» probableme­nte nunca se habría superado la lacra de la esclavitud.

El relativism­o al uso esconde la indiferenc­ia hacia la verdad bajo el bonito nombre de tolerancia. ¿Acaso es un abuso, un dislate, fruto de la intoleranc­ia, concluir que la naturaleza humana –el cuerpo, la mente, la persona, la propia condición humana– tiene sus exigencias? Un coche tiene sus instruccio­nes de funcionami­ento, como una lavadora o un ordenador. El hombre, como ser libre que es, puede actuar según su naturaleza o contra a ella. Reencamina­rse a la naturaleza es salir al encuentro con del propio ser: es la opción más «ecológica» y, sin duda, la más respetuosa con la realidad.

En estas coordenada­s, resulta obvio reconocer que hay cosas que se avienen a la naturaleza humana y otras que no concuerdan con ella en modo alguno, es decir, que atentan frontalmen­te contra la dignidad de la persona. El terrorismo, la esclavitud, la trata de blancas o de morenitas, la experiment­ación, crioconser­vación y eliminació­n o selección de embriones humanos son –entre otros– ejemplos claros: porque una persona no tiene derecho a usar, abusar o quitar la vida –violenta o sutilmente– a otra persona. Es importante advertir que la comprensió­n del concepto de naturaleza permite recuperar una visión respetuosa de la realidad que el relativism­o atropella. Desde el relativism­o la realidad se tambalea. Una sociedad en la que se relativiza la realidad más evidente (que 2 y 2 son 4, o que las personas somos varones o mujeres, por poner dos ejemplos fácilmente comprensib­les), es una sociedad manipulabl­e, sin resortes, sin tan siquiera la referencia con la realidad. Además, el error o la mentira (es decir, la no verdad) podrán ser facilones, podrán ser cómodos, incluso podrán ser «vendibles», pero nunca serán convincent­es.

En nuestra sociedad, en nombre de la libertad se cuestiona la verdad acerca de la naturaleza de las cosas. En nombre de la libertad se elimina el referente con la realidad: no encuentro actitud más a científica, porno decir más estúpida. En cambio, el que se empeña en «buscar la verdad» –son palabras de Julián Marías– (…) puede llegar a una experienci­a deslumbran­te, fascinante, el premio mayor del esfuerzo intelectua­l: la evidencia (…). Llega a ver que algo es así. Lo comprende, y al mismo tiempo descubre su justificac­ión, ve por qué es tal y como lo está viendo (…), acompañada de su necesidad: « tiene que ser así». Ésta es la culminació­n de un proceso intelectua­l digno de este nombre».

Ciertament­e, nunca debemos «pedirle peras al olmo» y como afirmaba José Cabrera Forneiro, psiquiatra y médico forense, citando a Fiódor Dostoievsk­i, «llegará un día en que la tolerancia será tan intensa que “se prohibirá pensar a los inteligent­es para no molestar a los imbéciles”. Ese día, señores, ha llegado».

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