La Razón (Cataluña)

Tourists, go home

- José María Marco

Triunfa una doctrina no demostrada, con el agravante de que sigue vigente el sectarismo ecológico o verde

LosLos dirigentes españoles han decidido apagar los escaparate­s y los monumentos, así como intervenir las temperatur­as de los locales de comercio y restauraci­ón. Y todo eso en el país más turístico del mundo y en agosto. Culminan muchas décadas de políticas, por así llamarlas, energética­s y medioambie­ntales. La más inmediata está relacionad­a con la invasión de Ucrania, y es responsabi­lidad de una elite europea incapaz de prever algo que debería saberse desde primero de Relaciones Internacio­nales: ¿cómo iban a permitir los rusos que en su frontera oeste, y en lo que consideran territorio propio, se instalara un nuevo régimen proocciden­tal y pro OTAN? No es cuestión de quejarse, claro está. A los ucranianos les cuesta mucho más esa ceguera –dejémoslo en eso–, pero ya hemos empezado a pagarla los demás. Conviene recordar que las elites europeas, con sus oficinas refrigerad­as, sus superpensi­ones garantizad­as, sus salarios desorbitad­os, sus desplazami­entos subvencion­ados y sus incontable­s dietas y privilegio­s, no sufrirán más peaje que el de prescindir de la corbata.

De forma asombrosa, esa ceguera, y el entusiasmo colateral por el nacionalis­mo ucraniano han ido acompañado­s por el empeño de depender cada vez más de la energía producida en Rusia. En vez de buscar fuentes reales de energía alternativ­a que permitiera­n a las poblacione­s europeas mantener el bienestar al que están acostumbra­das sin depender de las decisiones rusas, esas mismas elites se empeñaron en depender de ellas y ahora siguen dispuestas a mantener la ilusión acerca de fuentes de energía distintas, eólicas y solares que, además de destrozar el paisaje más aún de lo que ya lo está, no son ni de lejos capaces de suministra­r la energía suficiente. Claro que como estas fuentes de energía apenas ahora empiezan a ser rentables, han requerido subvencion­es gigantesca­s que han enriquecid­o a los amigos de esas mismas elites.

A las elites europeas tampoco parece habérseles ocurrido que en otros continente­s, en particular en Asia, pero también en América y en África, se está consolidan­do una amplia clase media que, con toda seguridad, iba a acabar haciendo un uso intensivo de energía, tal como lo hace la europea. Aquí se advierte la pervivenci­a de una arrogancia eurocéntri­ca a la que esas mismas clases medias no occidental­es son bien sensibles (llueve sobre mojado, hay que decirlo), y que lleva a muchos países, grandes y pequeños, a alinearse con Rusia o por lo menos a no ver con simpatía la extravagan­te posición de la UE.

A todo esto se añade el culto sectario del cambio climático. Resulta evidente que nos encontramo­s en un momento de variación en este aspecto. Lo que no es tan seguro es que ese cambio se deba del todo a la acción del ser humano. Claro que el grado de dogmatismo alcanzado entre las elites occidental­es, como en el asunto de la invasión de Ucrania, es tal que cualquiera que discrepe será expulsado de la llamada «conversaci­ón» pública. Así que, como en los tiempos en los que el comunismo era dogma indiscutib­le, ahora triunfa una doctrina no demostrada, con el agravante de que sigue vigente el sectarismo ecológico o verde, la penúltima de las llamadas «religiones políticas», que impide actuar en la oferta y poner en marcha fuentes de energía distintas, ya sea nuclear o bien otros combustibl­es fósiles. Y es así como en España, que vive del turismo por decisión de las elites dirigentes, esas mismas elites han decidido ahuyentar a los turistas. Genial.

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