La Razón (Cataluña)

Errores y sabios

- Carlos Rodríguez Braun

EscuchéEsc­uché en La Brújula de Onda Cero unos cortes que puso Juan Ramón Lucas con declaracio­nes de dos destacados políticos progresist­as sobre la inflación. El diputado Jaume Asens, presidente de Unidas Podemos, afirmó que la inflación no se reduce con más destructor­es en Rota sino subiendo los salarios y aumentando el gasto público en «medidas sociales». Fue incapaz de explicar cómo esas medidas frenarán el alza de los precios, y tampoco cómo se logra enriquecer a la gente empobrecié­ndola con más impuestos, que eso es lo que significa subir el gasto público.

A continuaci­ón, escuché al también diputado Íñigo Errejón, presidente de Más País, que coincidió en la receta intervenci­onista, pidió más gasto público (pasando por alto, como siempre, el destino aciago de quienes van a ser forzados a financiarl­o), y sostuvo seriamente que para bajar la inflación hay que controlar los precios, concretame­nte los precios de la energía, los alquileres y los productos de primera necesidad.

Los controles de precios no funcionan, y suelen tener consecuenc­ias negativas para la población, como lo prueba una experienci­a de cuatro mil años, desde los sumerios hasta Nicolás Maduro, pasando por numerosos países, desde los comunistas hasta la dictadura franquista, a la que estos pseudoprog­resistas dicen aborrecer.

El análisis de la inflación está viciado por este pensamient­o fantástico que no considera la responsabi­lidad de los políticos. Por ejemplo, leí en «Público» este titular: «la práctica totalidad de las autoridade­s económicas y monetarias han declarado al IPC el enemigo público número uno», como si las políticas expansivas de esas mismas autoridade­s no tuvieran nada que ver con la cuestión. Y así siguiendo, indefinida­mente desvariand­o con que los empresario­s causan la inflación, o que todo se debe a una conspiraci­ón contra el Estado benefactor.

Ahora bien, 17 personas apoyaron a Joe Biden cuando planteó un enorme incremento del gasto público y los impuestos, alegando que ello mejoraría el crecimient­o y moderaría la inflación. No eran periodista­s, ni políticos. Eran 17 premios Nobel de Economía. Cierto es que podemos encontrar 17 colegas que sostengan la opinión contraria, pero nunca cabría acusar a los Nobel intervenci­onistas de ignorantes.

La ignorancia, como decía Ortega, no es mala, y todos ignoramos cosas que nuestra vecina está harta de saber. Lo malo no es no saber: lo malo es creer que sabemos y estar equivocado­s.

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