El chantaje nuclear del Kremlin
Tras desatar una invasión a gran escala, provocó el éxodo de los ucranianos en masa tratando de provocar el malestar público y una crisis migratoria en Europa. Después, impidió las exportaciones de los cereales en un intento de agravar aún más la seguridad alimentaria en Asia y África, que son vecinos naturales de Europa, con el fin de desestabilizar estas regiones y suscitar nuevas oleadas de inmigración al Viejo Continente. En vísperas de un invierno que puede resultar duro, insinúa que puede, sin previo aviso, dejar totalmente de aprovisionar a Europa con gas natural, lo que se traducirá en una crisis energética y el congelamiento de los hogares europeos.
Ahora, junto a los chantajes migratorio, alimentario y energético se suma el chantaje nuclear. Estos chantajes se han convertido en armas bastante eficientes en las manos del Kremlin en sus comunicaciones con Europa en los primeros meses de la guerra abierta contra Ucrania, en especial, cuando trata de disuadir a las capitales europeas para no suministrar armas a Kyiv.
A medida que las Fuerzas Armadas de Ucrania pasan de la defensa a una exitosa contraofensiva para recuperar los territorios ocupados, y los socios europeos pierden el miedo al oso ruso y redoblan su ayuda militar y financiera a Kyiv, Rusia, aislada diplomáticamente y limitada en sus recursos humanos y materiales, endurece su retórica e, incapaz de conseguir lo deseado en el campo de batalla, vuelve a recurrir al chantaje, esta vez, nuclear. Hace cinco meses el Ejército ruso incautó la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa. Desde entonces la seguridad de la central se ve comprometida aún más tras convertirse en una posición de fuego segura desde donde el agresor ruso puede continuar impunemente los bombardeos con los armamentos pesados de las líneas ucranianas y Níkopol.
Ante el inminente avance del Ejército ucraniano, al invasor ruso no se le ocurrió nada mejor que proteger sus armamentos, explosivos y proyectiles almacenándolos dentro de las salas de control y las salas de turbinas. La plantilla de la central, o lo que queda de ella, también permanece en unas condiciones difíciles bajo la presión permanente de los representantes de Rosatom, despachados por el Kremlin, y unos 500 efectivos rusos que
Al Kremlin le interesa una Ucrania despoblada
controlan las instalaciones. La semana pasada el mundo fue testigo de los ataques de la artillería a la central nuclear que Moscú enseguida atribuyó al Ejército ucraniano con el fin de desacreditar los suministros de las piezas de alta precisión de Occidente y suscitar la condena internacional del atropello supuestamente cometido por Kyiv.
El director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), Rafael Grossi, calificó la situación como «completamente fuera de control» y reconoció que se han trasgredido al menos cinco principios de la seguridad nuclear, como son la integridad física de las instalaciones debido la presencia de las tropas rusas, la situación de la plantilla que se ve obligada a trabajar en unas condiciones precarias de estrés, el funcionamiento correcto de los sistemas de protección, el suministro eléctrico tras ser dañada la línea de alimentación externa y la vigilancia de radiación. El 11 de agosto, a petición de Rusia, se reunió de nuevo el Consejo de Seguridad para analizar la situación en Energodar. Al Kremlin, que buscaba una condena de Ucrania, le salió el tiro por la culata.
Consciente de la gravedad de la situación, Ucrania propuso crear una zona desmilitarizada alrededor de la planta, idea apoyada por las potencias occidentales pero que no prospera ya que Rusia la rechaza bajo el pretexto de que sus tropas están protegiendo sus instalaciones. El Kremlin también es reacio a conceder el acceso de los expertos militares bajo los auspicios de la ONU a la central ya que éstos tendrán la posibilidad de analizar qué armamento fue utilizado durante los ataques.
El mundo tiene que darse cuenta de que cuando una central nuclear está bajo el control de gente armada, una avería puede ser fruto del caos o la incompetencia. Y de esta forma las mayores consecuencias de esta guerra, que se sentirán durante décadas, no serán los daños producidos por los bombardeos sino las secuelas de un fallo nuclear.
Putin no tiene otro objetivo sino forzar Ucrania a rendirse, pero esta vez recurre al chantaje nuclear como una herramienta para conseguirlo. Por otro lado, su plan prevé el robo de la energía y su desvío a la Crimea ocupada en 2014. Privados de calor en el invierno que se avecina, muchos ucranianos se verían forzados a trasladarse a otras regiones o incluso países. El Kremlin calcula que muchos no van a volver. Una Ucrania despoblada es lo que persigue Rusia en su intento de reconstruir un imperio territorial (sin los ucranianos, claro). La cúpula política y militar rusa apuesta por una guerra prolongada para agotar al enemigo (y a Europa) y expulsarlo de su territorio.