El enojo performativo
Opinión
QueQue los socios del Gobierno de coalición andan siempre a la gresca, con sus desencuentros para arriba y para abajo, ya no sorprende a nadie. Son como ese matrimonio mal avenido con mucho mueble que salvar que vive en la puerta de al lado y al que escuchas discutir a gritos y sale luego a la calle de la mano, saludando y sonrientes.
Que los activistas constantes de Podemos, sin embargo, sean capaces de seguir tragando, metiéndose sus principios (esos irrenunciables e irreprochables) en salva sea la parte, con tal de permanecer en la poltrona, no deja de causar asombro. Por inaudito y descarado. El que más y el que menos, el menos probo y más amoral incluso, tiene un límite. Una pequeña línea roja que no está dispuesto a traspasar. No parece ser el caso. Lo suyo ante el desplante, más que la acción o la reacción, es el enojo performativo.
Un echarse las manos a la cabeza decimonónicamente, pedir las sales, amagar con salir del salón de los espejos haciendo ondear la capa y, acto seguido y sin solución de continuidad, quedarse donde estaban con el cazo puesto y el miriñaque sin deformar. ¿La última? Pues ya que me lo preguntan, seguimos con las armas. Y es que, pese a ser de la escuela del «Imagina que hay una guerra y no va nadie» y gritar desgañitados «mantequilla, mantequilla» en primero de Economía para Dummies, las decisiones de Defensa han sido el gran peaje de los morados para permaneces en el poder (ay, que les gusta), sabedores de que, en realidad, su grado de potestad es mínimo, casi testimonial: Si sus posicionamientos en todo lo referente a la OTAN han sido poco menos que ruido blanco, su influencia en la venta de armas es directamente tendente a cero.
Desde el apoyo armamentístico a la población civil en Ucrania (Belarra era más de enviar besos e iluminar con la bandera los edificios oficiales) al compromiso de subir hasta el 2% el presupuesto de defensa, del aumento en las exportaciones de armas a los acuerdos con Biden para ampliar el despliegue de destructores en Rota, todo son disgustos para los tardoadolescentes de morado en lo que a Defensa se refiere.
Pero ahí siguen. A ninguno se le ha ocurrido dar un golpe en la mesa y decir que se han inclumplido los pactos de Gobierno y, por lo tanto, se acabó lo que se daba. Romper la baraja, derramarle el gin tonic a Sánchez por la cabeza e irse de esta fiesta. Con las negociaciones para la aprobación de los Presupuestos Generales a la vuelta de la esquina, la sombra de una reestructuración del ejecutivo planeando sobre sus cabezas y Podemos perdiendo electores y credibilidad a ritmo de mambo, no parece buena idea apostar a una defensa férrea de sus convicciones.
Casi que, visto lo visto, sería más sensato ir con todo auna nueva claudicación, un aguantar un poquito más, apurar la última copa. Total, donde tanto has aguantado siempre cabe un poco más.
De todos modos, hay que reconocerles el mérito de haber convertido aquel «cabalgar contradicciones» en modo de vida remunerado. Han profesionalizado el concepto. Hay que tener talento (talento y desvergüenza también) para aguantar el tipo y seguir ahí sin sonrojo, como si no fuera contigo que este gobierno, precisamente este del que ellos forman parte, se haya situado entre los diez mayores exportadores de armas.
Sería casi como presumir de trabajo bien hecho si estando a cargo de Igualdad se hubiese desplomado España en el ranking europeo de derechos LGBTI y en el de bienestar de las mujeres. Pero, un momento… Oh, wait.
A ninguno se le ha ocurrido dar un golpe sobre la mesa
Hay que tener talento para aguantar el tipo sin sonrojarse