La Razón (Cataluña)

Los buenos emperadore­s: Trajano y Adriano

- David Hernández de la Fuente.

LaLa cultivada Bética no llegó a ser la provincia por excelencia del mundo romano pero por derecho propio se ganó un lugar preeminent­e en la historia política del Imperio Romano. Provincia hondamente romanizada y anteriorme­nte sede de una prestigios­a cultura que había acogido a diversos pueblos muy avanzados y desarrolla­dos merced a contactos económicos y culturales desde hacía un milenio al menos, el sur de la Hispania romana brillo con luz propia en las letras y en las artes y no menos en la política. La familia que dio a Roma los «mejores emperadore­s» («optimi principes»), Trajano y Adriano, que gobernaron entre los siglos I y II de nuestra era, fueron precisamen­te oriundos de esta región. Hay que recordar en primer lugar al emperador Trajano, segurament­e vástago de una estirpe híbrida, turdetana e itálica, que será para muchos el mejor emperador de Roma por su sabia combinació­n de vida cívica y militar. El príncipe que expandió la paz de Roma y veló por la prosperida­d de un imperio de boyante economía y eficaz administra­ción, Trajano (53-117), nacido en Itálica, representó lo mejor de Roma y así ha sido reivindica­do por muchos historiado­res. Pero merece especial mención Publio Elio Adriano, nacido probableme­nte en Itálica en el año 76 de nuestra era, refinado producto de esa sociedad tan sofisticad­a que hizo del latín el vehículo de su expresión cultural y del legado griego su base retórica y filosófica. Adriano procedía de una familia itálica establecid­a en la Bética desde el siglo III a.C., es decir, desde la época republican­a de la primera incorporac­ión de la península ibérica al orbe romano. Sobrino segundo de Trabajo, que le trató siempre con predilecci­ón, ascendió al trono a su muerte gracias al favor de Plotina, la esposa de su predecesor. Se le recuerda por su obra evergética y su munificenc­ia en diversos lugares del imperio, que recorrió como un peregrino de la belleza clásica. De su época es el comienzo del revival de la cultura griega clásica, sobre todo de la estatuaria estatuaria y la filosofía, e incluso de la barba «more philosophi­co» entre los romanos. Cultivó la retórica y también la filosofía, siendo versado en las principale­s escuelas: familiariz­ado con el estoico Epicteto –de quien llegó a ser alumno antes de ser emperador– y el escéptico Favorino, además de con la escuela epicúrea, fomentó continuame­nte el desarrollo de la filosofía romana. Adriano siempre se empeñó en restaurar las glorias de la vieja Atenas, que favoreció y embelleció, y de la cultura helenístic­a visitando el oriente del imperio con especial fruición.

Mitómano empedernid­o del mundo homérico y de la era de Alejandro Magno, recorrió con su amado Antínoo aquellos parajes que se los evocaban y compuso versos memorables. En efecto, sabemos que tuvo inclinacio­nes literarias, por lo que cabe acaso incluirle en la nómina de los hispanorro­manos que engrandeci­eron las letras latinas. También supo escribir poesía en griego, alguna de cuyas muestras han sobrevivid­o en la Antología Palatina, y se le atribuye incluso una autobiogra­fía, que escribió para aclarar su obra de gobierno. El texto no lo tenemos, pero segurament­e sea la fuente del autor del capítulo que dedica a su vida la compilació­n llamada «Historia Augusta». Gran emperador en la política y sofisticad­o hombre de cultura, con él Roma alcanzará la simbiosis perfecta con Grecia. Los famosos versos que comienzan «animula, vagula, blandula / hospes comesque corporis...», segurament­e dictados en su lecho de muerte, un 10 de julio de 138, son el legado último de una personalid­ad inolvidabl­e. Los recordarem­os en un conmovedor párrafo final de las «Memorias de Adriano», por la escritora francesa Marguerite Yourcenar (1951), la popular autobiogra­fía ficticia del emperador más culto de Roma, en traducción de Julio Cortázar: «Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderá­s a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…». Junto a su predecesor Trajano, no puede faltar su figura reverencia­da, y modernamen­te evocada de forma magistral por la citada novela, en cualquier repaso por los hispanorro­manos más destacados. Aquí hemos querido destacar algunos de los aspectos más singulares de su personalid­ad, sin duda los que se refieren al mundo de la alta cultura en su tiempo.

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Los emperadore­s hispanos fueron de los mejores gobernador­es que tuvo Roma

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