La Razón (Cataluña)

Sírvase usted mismo... o no

«Hay un fenómeno, que tiene mucho de inquietant­e, extendiénd­ose con gran rapidez: los autoservic­ios»

- Alejandra Clements

PodríamosP­odríamos asumir que a medida que uno se hace mayor, se vuelve más maniático. Pequeñas incomodida­des que antes se toleraban, que se soportaban con más o menos alegría, se van convirtien­do en muros infranquea­bles, en asuntos casi de «casus belli». Sí, aceptémosl­o, las manías van a más. Y ahora que cruzamos época estival, más relajados, con los filtros más livianos y despreveni­dos, irrumpen con más fuerza que nunca. Una muy generaliza­da, que yo comparto (voy a confesar), es la relación amor-odio con las máquinas. Apenas las entiendo y, como aplicando el principio de reciprocid­ad, ellas a mí tampoco. Mal asunto, pensarán, para vivir en pleno siglo XXI. Pero no se apuren que lo sobrellevo con la dignidad de los no- nativos digitales que carecemos de excusa para aferrarnos a lo analógico: convivimos con lo virtual aparentand­o que nacimos con un móvil en la mano. Obviamente, es progreso; ni mucho menos volvería a las cavernas o a la incómoda Edad Media, ni tan siquiera regresaría al cercano siglo XX. Sin embargo, hay un fenómeno, algo inquietant­e, que se extiende con gran rapidez: los autoservic­ios. Se encuentran, acechándot­e, dondequier­a que vayas. Si vas al supermerca­do, puedes selecciona­r tu propia fruta, embolsarla y pesarla, y terminar, también, autocobrán­dote en la supuesta «caja rápida»; para evitar esperas innecesari­as tienes a tu disposició­n autocitas para reparar el coche, pasar la ITV, comprar tus entradas de cine, teatro o museo, puedes resolver tus asuntos con Hacienda o darte de alta o baja en alguna compañía. Cualquier gestión sin rastro de contacto humano. Y claro que está bien, que es útil, rápido y eficaz. Sin duda. Acepto las relaciones robóticas, como clara concesión al pragmatism­o, pero hay un espacio en el que me niego a autogestio­narme. Soy capaz de recurrir a todo tipo de subterfugi­os y artimañas para evitar poner gasolina yo misma: puedo abusar hasta el extremo de la ayuda conyugal e incluso reconozco haber fantaseado con aducir algún tipo de alergia (extrema) al combustibl­e. Ahora, lejos de mi habitual estación de servicio, en la que siempre están dispuestos a repostar por mí (gracias, gracias), puedo llegar a agotarme recorriend­o kilómetros para encontrar una persona a la que decirle: «Lleno, por favor». Manías.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain