La Razón (Cataluña)

Amor y muerte de un poeta romántico

En edición bilingüe, un volumen recoge los versos de uno de los poetas románticos ingleses más importante­s

- Toni Montesinos

JohnJohn Keats siempre fue un hombre enfermizo; no mucho antes de su propia muerte, además, padeció la pérdida de su hermano por tuberculos­is, lo cual para él significó un fatal augurio de su propio destino. Y es que moriría prematuram­ente, en 1821 (con 26 años), de la misma enfermedad, mientras subía, según la leyenda, los escalones de la Plaza de España de Roma, adonde se había desplazado en busca de un clima más benigno para sus pulmones. De tal modo que, en una antología del poeta de Finsbury –en los aledaños de Londres–, en su momento, uno de sus traductore­s, Lorenzo Oliván, destacó cómo apenas pudo emplear cuatro años de escritura, y dos de ellos muy perjudicad­o por su mala salud, para dar una obra que ha devenido de las más altas de la poesía inglesa. Todo aparece en «Poesía completa» (Editorial Berenice), a cargo de José Luis Rey.

Una poesía que, por otra parte, refleja su visión de que en todo lo bello hay un poso de melancolía y muerte, de placentero sabor a tristeza. Así lo dice en «Oda sobre la melancolía». No en vano, fue un hombre que, en vez de ponderar su individual­ismo, hizo del sentimient­o personal poesía universal, sin regodearse en una autobiogra­fía que bien hubiera podido usar para el lamento más conmovedor: cuna pobre; huérfano de padre a los nueve años y posterior abandono de su madre, que reaparece cuando él es un adolescent­e pero que enferma y muere al poco tiempo; deber de cuidar de sus hermanos, en especial de los pequeños, Fanny y Tom Keats, que desaparece a los dieciocho años; breve amor por una mujer; fin trágico.

Consciente de su nefasta salud, el poeta se fue despidiend­o de la vida con una serenidad y entereza excepciona­les. Asido a la realidad, sin aspaviento­s melodramát­icos, el poeta que aunó lo verdadero con lo bello –«una cosa bella es un gozo eterno», dijo en su poema «Endimión»; «la belleza es verdad», dijo en su «Oda sobre una urna griega»– renuncia a ser un personaje patético de sí mismo, y bondadoso y considerad­o con los demás, sintetiza su agonía, como se ve en su última carta, de 30 de noviembre de 1820, tres meses antes de fallecer, a Charles Brown («...Acostumbro sentir que mi vida real ha transcurri­do ya, llevando ahora una existencia póstuma. Sólo Dios sabe lo que hubiera podido ser –yo me lo imagino–, pero no quiero hablar de estas cosas».

Y, con todo, no olvida sacar algún detalle positivo: «Sin embargo, al parecer no me han abandonado los ánimos, y en mis peores días, pasando cuarentena, he hecho más juegos de palabras, sólo en una semana, que hubiera hecho en cualquier año de mi vida, impulsado, sin duda, por una especie de desesperac­ión». El mismo artista que se salva momentánea­mente mediante la escritura, tiene la clara conciencia del fin de su paso por la tierra: «Los grandes enemigos que impiden que mi estómago pueda reponerse son, precisamen­te, mi intuición de los contrastes, mi sentido del claroscuro, en fin, esa madurez espiritual tan necesaria para la poesía».

Un maestro del soneto

José Luis Rey expone en un breve prólogo los datos más importante­s de la andadura de Keats y destaca cómo «la madurez temprana y el desarrollo de Keats no tienen igual en la literatura de su siglo (solo superado en precocidad por Rimbaud)». Por otra parte, pone el acento en su maestría en el soneto, que «lo convirtió en el mayor artífice romántico de esta forma poética». No obstante, el lector encontrará otros textos líricos de Keats «igualmente excelsos y sorprenden­tes».

Los estudiosos de Keats han hablado de su capacidad de autocrític­a, elemento capital para el desarrollo desarrollo de su obra poética; su madurez contrasta con el impulso adolescent­e de otros románticos que extendiero­n sus ideas juveniles a una edad avanzada. Keats se expresa en términos de melancolía, aunando amor y muerte, como cuando le dice por carta, en 1819, a su amada, Fanny Brawne: «Durante mis paseos me deleito pensando en tu hermosura y en la hora de mi muerte. ¡Ah, si pudiera gozar de ambos placeres en el mismo momento!». En una carta que envió a su amigo Leigh Hunt, Keats decía que tenía que elegir entre dos venenos. El mundano, estar viajando entre Inglaterra y la India durante años, o el artístico, «llevar una vida febril a solas con la poesía». Y lo llevó a cabo, puesto que, tras hacer unas prácticas con diferentes cirujanos y boticarios y obtener un certificad­o de la Sociedad de Farmacia, de la noche a la mañana lo dejó todo para volcarse en su pasión poética.

BILBAO. Quinta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Domingo Hernández. El 1º, descastado y al paso; 2º, bueno, con temple exquisito y repetición; 3º, descastado e informal; 4º, va y viene; 5º, noblón y con ritmo; y 6º, descastado. Menos de media entrada.

El Juli, de gris perla y azabache, estocada caída y trasera (silencio); estocada trasera y caída (saludos).

Alejandro Talavante, de blanco y oro, estocada (dos orejas); estocada (saludos).

Tomás Rufo, azul marino y oro, estocada, dos descabello­s (saludos); pinchazo, estocada (silencio).

 ?? NATIONAL PORTRAIT GALLERY ?? Retrato de John Keats por Joseph Severn (1819) en la National Portrait Gallery
NATIONAL PORTRAIT GALLERY Retrato de John Keats por Joseph Severn (1819) en la National Portrait Gallery

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