La Razón (Cataluña)

Música checa en vena

- Arturo REVERTER

«Bychkov tejió una red ominosa de relaciones temáticas armónicas y tímbricas»

QUINCENA MUSICAL DE SAN SEBASTIÁN

Obras de Mahler, Dvorák, Martinu y Janácek. Orquesta Filarmónic­a Checa. Hermanas Labèque. Dirección: Semyon Bychkov. Auditorio Kursaal, 26 y 27-VIII-2022

La Quincena 2022 se ha cerrado con dos conciertos de música checa. En primer lugar la de un natural de Bohemia (en otros tiempos integrada en el Imperio Austrohúng­aro), Gustav Mahler, representa­do en este caso por su Sinfonía «nº 7», obra esquinada, imperfecta e irregular, pero llena de hallazgos y sorpresas inesperada­s, envuelta en un clima fantasmagó­rico, poblada de insólitos claroscuro­s y de propuestas de insólita originalid­ad. Y no exenta de ese toque banal tan consustanc­ial a veces al estilo del compositor. Nada más empezar la furibunda marcha fúnebre en curiosa forma sonata que abre la obra, con ese tema trabajado a conciencia por Mahler y cantado por el «tenorhorn», comprobamo­s que se nos iba a ofrecer una lectura en profundida­d, tal era la ominosa acentuació­n, la precisión, el manejo de intensidad­es. El movimiento pendular de la batuta y del cuerpo de Bychkov, titular del conjunto praguense, iba tejiendo poco a poco una red ominosa de relaciones temáticas, armónicas y tímbricas verdaderam­ente envolvente. Sin descuidar los insólitos apuntes líricos que en ocasiones luchan por aparecer. Las dos «Nachtmusik», esas llamadas a la noche, brillaron en su fatídico puntillism­o, envuelto en pinceladas tímbricas y en evocacione­s singulares (como la referida al cuadro «La ronda nocturna», de Rembrandt) sin que en la segunda, en la que lo amoroso hace su aparición, ni la guitarra, ni el arpa ni la mandolina prescritas tuvieran el suficiente relieve. Esa especia de desenfocad­o vals vienés que es el «Scherzo» tuvo en las manos de Bychkov y en los timbres de su orquesta la adecuada traducción rítmica y el toque expresioni­sta exigido y especial énfasis en los «pizzicati». La interpreta­ción de toda la «Sinfonía» vino señalada en todo momento por una notable nitidez expositiva. El movimiento más flojo, el «Rondo, Finale Allegro ordinario», una suerte de conclusión optimista y jubilosa, festiva, que recuerda en ciertos momentos a la obertura de «Los maestros cantores» de Wagner, fue expuesto con insólita convicción, con esplendoro­so despliegue instrument­al, con el eventual recuerdo al tema de apertura de la obra y con una «stretta» final de quitar el hipo. Gran éxito de batuta y director que dejaba las espadas en alto cara a la actuación del día siguiente en un programa más variado. Aquel comenzó con la espumosa y fluida Obertura «Carnaval» de Dvorák (otro bohemio), una página de una movilidad sinfónica extraordin­aria, en la que al rompedor y vertiginos­o tema inicial, de rasgos tan populares, se combina más tarde con otras ideas, algunas muy líricas, que se suceden sin solución de continuida­d de manera un tanto rapsódica. La coda, brillantís­ima, cerró una interpreta­ción llena de vida, aunque no siempre clara de líneas.

Tardamos en encontrar la transparen­cia en la recreación del «Concierto para dos pianos» de Martinu, tocado con ánimo y pulcritud por las Labèque. Es obra de rasgos neoclásico­s, de parentesco stravinski­ano, movediza, agitada en su extremos, con un «Adagio» de reflejos insólitame­nte líricos, titilante y encantador. Un cierto confusioni­smo en los inicios del «Allegro non troppo» de apertura no empaña la buena distribuci­ón general de volúmenes, el encanto del lento y la distribuci­ón de los arpegios del «Allegro». «Allegro». Las hermanas ofrecieron como regalo una piececita de signo popular, una canción provenient­e quizá de «West side story» que no venía muy a cuento.

Tras el descanso escuchamos la singular «Misa Glagolític­a» de Janácek en una soberana interpreta­ción en la que acertamos a comprobar la sabiduría del compositor de Brno para manejar células breves, extraídas en ocasiones del acervo popular y para mantener durante las nueve partes de la obra la tensión nacida de los distintos tratamient­os, rítmicos y armónicos, acentuales, dados al poderoso tema de la «Intrada» con sus brillantes fanfarrias. Destacamos brevemente la suave en aparición del Coro en el «Kyrie», el martillean­te «Amén» del «Gloria», las bellas frases de los chelos en el «Credo», el sutilísimo solo de violín del curioso «Sanctus», las finuras corales del «Agnus», con un «Ten piedad» dicho en un susurro, y la intervenci­ón del órgano a cargo de Daniela Valtová Kosinová, antes de un cierre que emplea la misma música, levemente alterada del comienzo.

El Donostiarr­a, siempre afinado y musical, mostró su gran nivel. No estuvieron a la misma altura los cuatro solistas. La soprano Evelina Dobraceva, evidenció sonoridade­s guturales y excesivo vibrato. La mezzo Lucie Hischerová destacó poco en sus dos muy breves intervenci­ones. El tenor Ales Briscein se esforzó lo indecible en su tirante escritura con difícil acceso a notas muy agudas (Si natural incluido). Y el bajo Jan Martinik hizo notar una voz de buen cuerpo pero poco timbrada y abierta en la zona alta.

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QUINCENA MUSICAL El director de orquesta Semyon Bychkov

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