La Razón (Cataluña)

Que te vote Txapote

- Jorge Vilches

AlAl paso de Sánchez por un barrio sevillano salió una persona con un cartel que decía: «Que te vote Txapote». No fue un acto épico, ni heroico, ojo, sino el trasfondo de una realidad política. La gente no votó a Sánchez para que se abrazara a los egoístas y delincuent­es que quieren romper el orden constituci­onal, mientras el país se hunde en la peor crisis de los últimos cuarenta años. Las rectificac­iones del presidente aceptando propuestas del PP demuestran que no hacía falta para gobernar un sistema de cesión constante a Bildu y ERC. Era posible otra forma de hacer política, incluso de mantenerse en el poder, que pasaba por la dignidad y la sinceridad, por el patriotism­o y el sentido de Estado. Sánchez prefirió lo fácil para la izquierda, que es el sectarismo. Ahora se da cuenta de que no funciona bien y programa un tour. Una vez que Sánchez decide salir del Palacio, de los halagos y genuflexio­nes pagadas, para estar piel con piel con la gente la tarea es prestar atención y aguantar el chaparrón. Es normal que se presenten personas enfadadas por las decisiones políticas y los errores del Gobierno. Su deber es atenderlas. Lo contrario es de mal presidente.

Alguien incapaz de escuchar a la oposición y a la gente que opina de otra manera no es recomendab­le. Una persona que responde a las críticas con insultos y desprecios no merece gobernar una democracia. Es indigno soltar que los pitos son «el ruido de la derecha y la ultraderec­ha política, económica y mediática», que son llevadas del «ronzal» por «las grandes grandes empresas energética­s». Es triste decir esto, insisto, a las puertas de una gravísima crisis. En el mejor de los casos la reacción del presidente fue espontánea. El peor es que los insultos y la degradació­n del adversario forman parte de su estrategia. Significa que a Sánchez no le interesa gobernar, sino calentar la vida política para esconder sus negligenci­as y conseguir el aplauso de sus feligreses. Una vez que ha sacado a Vox de la ecuación retórica porque ya no asusta a nadie, solo queda referirse a una conspiraci­ón derechista de los poderes fácticos. Huele a naftalina, ¿verdad? Es curioso que el «progresism­o» esté tan anticuado. Todo apunta a que el plan sanchista es apretar las filas tirando de manual peronista.

La base es mostrar siempre una dicotomía. Frente al gobernante magnánimo está el malvado «señor me’opongo», que dice la ministra. A la izquierda está el representa­nte de la sabiduría y la clarividen­cia, y a la derecha la burricie. A un lado está el portavoz de la «clase media y trabajador­a», y al otro el de los «fachapobre­s», que decía el paniaguado del PSOE. Es de manual, insisto. En su discurso Sánchez preside un esforzado gobierno de la gente contra los poderosos, los ricos y las eléctricas, mientras que Feijóo habla para que ganen «los de siempre». El presidente es el sentido común y la responsabi­lidad, mientras que la oposición solo hace ruido. Sánchez es el defensor de «este país», y el PP de las grandes corporacio­nes. No falta en ese peronismo de Sánchez el toque patriótico. Porque el presidente es la encarnació­n de la España presente y futura, de esa que trabaja y sufre, de la olvidada por la derecha, de la que mira al porvenir pensando en un mundo ecofeminis­ta y colectiviz­ado. Eso es lo español, dice, la defensa del ciudadano solidario y progresist­a, del trabajador que se esfuerza por el país, no como la derecha, que no es ni ha sido nunca patriota. Y todo esto para esconder que cede siempre a Bildu y ERC, o que asume como propias algunas de las propuestas que hizo el PP, como la rebaja fiscal del IVA del gas. ¿No sería más fácil que en lugar de hacer una gira para exhibir peronismo, se sentara con el PP a pensar cómo afrontar la crisis?

El cartel de Sevilla no fue un acto épico, sino una realidad política

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