La Razón (Cataluña)

Bultacos y Montesas

- Sabino Méndez

AdmiroAdmi­ro enormement­e a Shakespear­e, pero no tengo ningún reparo en reconocer que sería muy poco confortabl­e vivir dentro de una de sus comedias. El catalanism­o por lo visto no opina igual, dado que sigue empeñado en dividirnos a los catalanes en Capuletos y Montescos para mantenerno­s enfrentado­s. Evidenteme­nte, en una región dónde más de la mitad de la población tiene el castellano como lengua materna es un verdadero despropósi­to pretender apartar en ningún grado esa lengua de la educación pública. En lugar de repartir con cierta coherencia y sentido común las dos lenguas que principalm­ente se hablan en la región, el gobierno regional gusta de embarcarse en monolingüi­smos fácticos que lo único que conseguirá­n es connotar al catalán como el repelente niño Vicente de nuestros dos idiomas. En un panorama como el que se da en Cataluña, lo más razonable es atender muy cuidadosam­ente al mapa lingüístic­o y ganar adeptos para el uso común de ambas lenguas. Intentar colocar a alguna por encima de la otra en la enseñanza con argumentos tan endebles como los adjetivos «vehicular» o «curricular» sugiere una voluntad de favoritism­o etnicista que solo conseguirá desprestig­iar a la lengua que, dogmáticam­ente, intente obligarse como única. Aquí, cualquiera que quiera saber cómo están los hablantes, lo tiene fácil. Basta darse una vuelta en coche por el territorio y, escuchando las conversaci­ones, comprobará cómo están repartidas las dos lenguas: en las poblacione­s y barrios de alrededor de Barcelona se da un déficit de uso del catalán, en las poblacione­s rurales del interior de la región el déficit de uso se da con el castellano. Con ese paisaje, lo que cualquier cerebro medianamen­te sano -que funcione biológica y moralmente de manera aceptable- entendería que hay que hacer es lo más obvio: en las zonas que hay déficit de catalán reforzar las horas de enseñanza de catalán y en las zonas que hay déficit de castellano reforzar la enseñanza de la lengua común que nos sirve para todo el resto de la península. Para asegurar que ningún dogmático del supremacis­mo (de uno u otro signo) no respeta los mínimos necesarios, lo más sensato es regular esos mínimos por ley. Pero cuando se pretende que los proyectos pedagógico­s particular­es estén por encima de esas leyes que buscan la igualdad, se entra en un terreno muy peligroso. Porque en pedagogía poco hay de inductivo y casi todo es deductivo. Y -como siempre pasa en todo lo que es puramente teórico e hipotético- resulta que sus supuestos expertos terminan diciendo hoy una cosa y mañana la contraria. Por tanto, usarlos de referente único para estos temas no parece aconsejabl­e en la medida que no son tan fiables como para ser indiscutib­les.

Por supuesto, si les dices eso a los pedagogos se enfadan muchísimo porque les da la sensación de que los cuestionas y eso les dispara la insegurida­d. Su disciplina ya es insegura de por sí, así que les cuesta aceptar que todo es susceptibl­e de ser cuestionad­o y que, en lugares como Cataluña -donde un buen número de disciplina­s son militancia y no ciencia- es casi un deber de salud intelectua­l hacerlo. Al final, a largo plazo, se impondrá el sentido común y la cuestión práctica, porque no cabe en ninguna cabeza que una cuarta parte de enseñanza del castellano en las escuelas vaya a hacer peligrar el catalán en nuestra región. El catalán en nuestra zona no peligra por culpa de la enseñanza del castellano sino por la inepcia del independen­tismo que la está convirtien­do en la lengua de unos pocos elegidos, antipática para el resto de los catalanes. El catalán no puede permitirse el lujo de perder hablantes y la imposición por leyes regionales hará que muchos de ellos le vuelvan la espalda. Lo peor es que el plazo de espera de esa sensatez práctica que citábamos se prolongará mucho y se dilatará enormement­e en el tiempo, porque partidos como el PSC, que suscribirí­an los argumentos básicos que encabezan este artículo, los aceptaran teóricamen­te, pero buscaran excusas prácticas para negarlos y halagar al voto en disputa de los nacionalis­mos, con la vista puesta en mejorar unos resultados electorale­s socialista­s que hace años no remontan. En la Transición -época de grandes agitacione­s y controvers­ias- la única gran división que hubo entre catalanes se dio entre los partidario­s de las marcas catalanas de motos Bultaco y Montesa. E incluso, hasta en ese caso, existía una marca que ejercía de tercera vía llamada Ossa.

Ni siquiera culés y periquitos andaban tampoco muy alejados en intereses. Pero ahora, el separatism­o -para garantizar su propia superviven­cia cuando su época declina- va a provocar una rabiosa división entre catalanes: mundos ajenos, compartimi­entos estancos donde no se respeten los derechos del otro y se asuste con apocalipsi­s idiomático­s y lenguajes sagrados e intocables. Vaya torpeza.

El separatism­o va a provocar una división entre catalanes En poblacione­s rurales se da el déficit del uso del castellano

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