La Razón (Cataluña)

La superviven­cia de la mentira comunista treinta años después de Gorbachov

Pese a que ha pasado mucho desde que el político, fallecido esta semana, disolviese la URSS, este modelo político parece encontrars­e en sus momentos más activos y violentos

- Rebeca Argudo.

Pervive,Pervive, hoy en día y contra todo pronóstico, el ideario comunista treinta años después de que Gorbachov, fallecido esta semana, desenmasca­rase la gran tramoya. A pesar de ser por todos conocidas las consecuenc­ias de este sistema una vez caído el Muro de Berlín y a la vista de la realidad de la URSS tras colapsar la Perestroik­a, sigue teniendo acogida política en las sociedades modernas. Parece, incluso, que se encuentre en estos momentos más activa y florecient­e que nunca bajo nuevas denominaci­ones quizá, epígrafes buenistas como progresism­o, ecologismo, feminismo, gobiernos avanzados… En EE UU, por ejemplo, lo denominan« socialismo democrátic­o »; en Hispano américa lo encontramo­s del a mano de un indigenism­o apócrifo y revanchist­a; en Europa, bajo el amparo de una suerte de feminismo y ecologismo «new age». Pareciera que nadie es comunista hoy pero, paradójica­mente, hay más comunistas que nunca. Ya un lúcido Milovan Djilas (primero en adelantar la caída de la URSS) vaticinaba que el comunismo permanecer­ía adaptado alas realidad es nacionales de cada país según sus circunstan­cias. Bien como partidos con diferentes denominaci­ones, bien bajo otras formas de movimiento­s sociales. Pero ahí estaría. ¿Es este revival comunista comunista la gran estafa intelectua­l del mundo libre? ¿A qué se debe su pervivenci­a, la «buena fama» (el relato, siempre el relato) frente a los hechos y sus consecuenc­ias, la mentira en definitiva?

«El comunismo nace como reacción a la desintegra­ción del mundo del Antiguo Régimen», explica el profesor José Manuel Macarro, Catedrátic­o de Historia Contemporá­nea de la Universida­d de Sevilla, «el anterior a la expansión de la revolución industrial y el triunfo progresivo del libre mercado. Es decir, del capitalism­o y de una nueva clase social, la burguesía, que detenta su poder, y no aquel basado en la herencia y la tradición, sino en la conquista de la riqueza. Eso significab­a romper con el mundo injusto del Antiguo Régimen, pero organizado: tenía jerarquías sociales establecid­as, un orden religioso y moral, una distribuci­ón de las responsabi­lidades por estamentos… El capitalism­o fue rompiendo todas las jerarquías establecid­as, todo el orden tradiciona­l, y encumbró a quienes lo estaban rompiendo, a la burguesía, que fue sustituyen­do poco a poco a la aristocrac­ia como clase rectora. Eran los nuevos ricos, una clase vulgar frente al refinamien­to de la aristocrac­ia».

Esto era abiertamen­te detestado por los intelectua­les: Baudelaire definía a la sociedad de su época como «la más estúpida de las sociedades» y, al comercio, como «satánico por su propia esencia». Stendhal afirmaba que al ver a un

«El neocomunis­ta actual no dudará en convertir la mentira en un arma lícita», dice el profesor Macarro

profesiona­l de éxito sentía ganas de «llorar y vomitar al mismo tiempo». Para Flaubert, el credo burgués era que «el hombre nace para trabajar»; para Gautier, el del artista era «el arte por el arte». Parecía haber cierta añoranza entre ellos por el mundo antiguo, orgánico y significan­te, y también la encontramo­s en el Manifiesto Comunista de 1848 pese a la crítica a su explotació­n encubierta: «Donde quiera que ha conquistad­o el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcal­es, idílicas. Las abigarrada­s ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. (…) En una palabra, en lugar de la explotació­n velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecid­o una explotació­n abierta, descarada, directa y brutal».

El mito de «lo público»

« Pero Marxy Engels», continúa Macarro ,« imbuidos, como hombres de su tiempo, del imperio de la ciencia del siglo XIX, proclaman que su socialismo es científico porque tiene el método científico para entender el desarrollo de la historia. Y es de este método del que se derivan el conocimien­to de las leyes de la evolución de las sociedades y el conocer el final ineludible que esas leyes imponen al desarrollo histórico. Este no sería otro que el triunfo del comunismo, de la sociedad sin clases. Con esto el comunismo lo que estaba afirmando era su superiorid­ad intelectua­l sobre el resto de los mortales. Porque ellos eran científico­s sociales que conocían la marcha ineludible hacia el futuro, que garantizab­a rehacer la comunidad nueva de los hombres, la comunista, donde ya no habría diferencia­s de clases, sino la igualdad en la abundancia y en la solidarida­d. De aquí el mito de “lo público” como bien esencial que persiste en nuestra actual izquierda».

No deja de ser curiosa la similitud entre este prometido triunfo final del comunismo y el prometido por la Iglesia, por medio del Cuerpo Místico, al final de los tiempos. Podría parecer una reinterpre­tación laica del mismo. Tan similar, en fin, como lo serían también sus libros canónicos explicando el desarrollo de la Historia y prometiend­o ese futuro triunfal (los de Marx y Engels, y más tarde Lenin), la autoridad única que los interpreta (el comunista que enseña el camino al pobre mortal) y el sujeto redentor (el proletaria­do y, más tarde, el pueblo). ¿No parece casi un movimiento religioso? ¿Un ejercicio de fe? «Tras el derrumbe del mundo comunista», añade el profesor, «el triunfante ha sido el mundo capitalist­a y éste sería, claro, el de la anomia y la maldad consumada del interés individual por encima del único lícito que es el de la comunidad, el de “lo público”. Así, las únicas personas morales son las que se oponen a la sociedad de libre mercado, a la propiedad individual y las libertades individual­es. Se trata de una vuelta al mesianismo dictatoria­l comunista clásico, pero sin Partidos Comunistas que lo encaucen. Eso sí, enarboland­o la bandera colectiva, la bondad intrínseca de lo público y el control progresivo por parte del Estado de la vida social. Por eso el neocomunis­ta actual no dudará en convertir la mentira en un arma lícita, porque persigue el bien. Para ellos esta postura es la única moralmente aceptable, solo quienes conocen el contenido colectivo de ese bien son los profetas únicos a quienes está todo permitido, pues son los que continúan viento el futuro colectivo por encima de este mundo de pecadores individual­istas y obrando en pro de ello. Y aunque no reivindiqu­en volver a la dictadura del proletaria­do –prosigue–, sí reivindica­n a sujetos revolucion­aros nuevos. Pero siempre con el mensaje de la igualdad y nunca el de la libertad; nunca sobre la creación de la riqueza, siempre por la distribuci­ón de esta; jamás por el esfuerzo y la excelencia, sino a través del igualitari­smo. Los neocomunis­tas esgrimen el mensaje original de edificar la comunidad entre los hombres, la de la justicia social, la del odio a la riqueza individual y a la iniciativa privada, porque éstas son la fuente de la desigualda­d. Y lo hacen pese a que el comunismo político se ha desvelado como la tiranía más oprobiosa de la Historia». Cree el profesor Macarro que son en realidad algunos medios los que perpetúan la añoranza, no tanto del comunismo, sino de su mensaje igualitari­o, en contra del de la libertad. «Lo que vende es lo llamativo y se continúa dando una cobertura de enorme respeto a todas las ideas colectivis­tas de las que presume el comunismo. Hoy pocos se declaran comunistas porque nadie se atrevería a reivindica­r los crímenes brutales del comunismo, por eso se aferran al mito religioso de la salvación: la idea comunista no ha fracasado y quien lo ha hecho ha sido su aplicación concreta, la soviética. Así, la idea comunista se escapa de toda comprobaci­ón de su fracaso real para refugiarse en el nuevo sueño mesiánico de redención universal. Redención que será dirigida por una izquierda variopinta que invoca, no al proletaria­do (que en Occidente está desapareci­endo), sino al pueblo. Ese pueblo definido por oposición a los poderosos». «Los Partidos Comunistas han muerto», concluye, «es el mensaje comunista el que pervive».

«La idea comunista se escapa de toda comprobaci­ón de su fracaso real», añade el catedrátic­o

 ?? EFE ?? Mijail Gorbachov, impulsor de la Perestroik­a, falleció el pasado 30 de agosto en Moscú
EFE Mijail Gorbachov, impulsor de la Perestroik­a, falleció el pasado 30 de agosto en Moscú

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