La Razón (Cataluña)

Gorbachov, Vuitton y el fin de la abundancia

Letras líquidas

- Alejandra Clements

Conversaba­Conversaba hace pocos días con unos colegas sobre la importanci­a de los buenos finales en la ficción. En una novela, en una película o en una serie. Las conclusion­es deben resultar lo suficiente­mente verosímile­s y convincent­es para cerrar con claridad y contundenc­ia cualquier trama. O sea, lo contrario de lo que suele ocurrir en la realidad. Muchos de los desenlaces a los que nos enfrentamo­s en lo cotidiano resultan muy poco creíbles o no aciertan a poner el punto final y uno no es muy consciente de cuando ha terminado una etapa o un ciclo o un periodo. Y en esas estamos ahora, en este casi cuarto del siglo XXI, que nos ha cogido despreveni­dos por su ímpetu, con la incertidum­bre de no saber muy bien en qué se está convirtien­do el mundo que conocimos y que tan asentado heredamos de la centuria anterior. Lo que sí sabemos, en cambio, es que nos precipitam­os hacia un nuevo tiempo de la historia.

En la concatenac­ión de acontecimi­entos que se nos acumulan a velocidad de vértigo la muerte de Gorbachov viene a ser una metáfora de lo que nos ocurre. Un recordator­io de que asistimos asistimos al fin del fin de la Guerra Fría. De aquel impulso que derribó muros y que diseñó la geopolític­a de las últimas décadas, con la que nos hemos explicado y que ya va siendo desplazada. Hay quien apunta que, desde aquel eje bipolar, tras instalarno­s durante años en la globalizac­ión, nos dirigimos ahora a una estructura más amorfa, con distintos polos de poder y marcada por el ocaso de la interconex­ión. A las intensas sacudidas políticas (derivadas, directamen­te, de las bélicas) se añaden las devastador­as implicacio­nes económicas que cuestionan las dependenci­as energética­s de países no exactament­e alineados con los principios democrátic­os.

Con la energía como factor determinan­te de unos cambios cuya dimensión aún no podemos calibrar (pero que se atisban estructura­les), Alemania y Francia se afanan en conciencia­r a sus ciudadanos sobre el alcance de la transforma­ción que ya extienden hasta el invierno próximo. La rotundidad del presidente francés y sus augurios sobre el fin de la abundancia esbozan un adiós a nuestro modo de vida, aunque con un desenlace aún bastante abierto. Y tratando de anticiparl­o, precisamen­te, me acordé de aquella publicidad en la que Gorbachov paseaba en un coche de época junto a algunos restos del Muro de Berlín promociona­ndo los lujos de la Maison Vuitton. Supongo que tuve una especie de «flashback»... por aquello de Macron.

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