El fracaso de la mirada occidental
HayHay que reconocerle, de partida, un elemento positivo a la Documenta 15 de Kassel: frente al «más de lo mismo» de las ediciones anteriores de este evento artístico quinquenal, la presente convocatoria no dejará indiferente a nadie. Partidarios y detractores se multiplican, e impiden un posicionamiento neutro o de perfil bajo ante un planteamiento que, cuanto menos, pretende aportar una alternativa al sistema occidental de consumo del arte. Por lo pronto, Documenta 15 comenzó con un escándalo: la pancarta «Justicia Popular» del colectivo de artistas Taring Padi fue retirada ante las acusaciones de antisemitismo. Este incidente ocasionó la dimisión de la directora general de Documenta, Sabine Schormann. Durante varios días no se habló de otra cosa, y parecía que la Documenta 15 quedaría eclipsada por el escándalo de la censura. Pero, cuando la calma regresó, se volvió a hablar de arte y, por tanto, de la arriesgada propuesta realizada por el colectivo indonesio ruangrupa, encargado de comisariar esta última edición.
Con una ya dilatada historia que arranca en el año 2000, ruangrupa se ha desmarcado de los modelos imperantes hasta el momento en Documenta para tejer una red de proyectos colaborativos, en la que lo importante es el «hacer» y no el teorizar. Si tuviéramos que resumir el complejo sistema de trabajo del que parten, dos serían los conceptos: el de «lumbung» y el de «cosecha». «Lumbung» es un término agrícola del vocabulario vernáculo indonesio que hace referencia a un granero de arroz donde una comunidad rural almacena conjuntamente sus cosechas para administrarlas colectivamente. Ruangrupa utiliza la idea como una metáfora que impregna cada uno de los trabajos mostrados en Documenta: el arte se convierte en un conjunto de recursos que es gestionado colectivamente, de una manera solidaria y horizontal. Por otro lado, «cosecha» es el conjunto de registros artísticos de todos aquellos encuentros y discusiones que han mantenido, durante los últimos tres años, los diferentes colectivos invitados, y que pueden adquirir la forma de una nota, una historia escrita, un dibujo, una escultura, una instalación, un vídeo o una pieza de sonido.
Y he aquí cuando todo se complica para el espectador occidental. Documenta 15 es probablemente el primer evento artístico internacional que no realiza ninguna concesión al sistema de arte occidental. Baste decir que, en la selección de artistas, no hay norteamericanos y, salvo el caso del español Santiago Cirugeda, los europeos pertenecen a la etnia gitana y, por lo tanto, no forman parte del «mainstream» ni de sus sucesivos círculos concéntricos. Asia, África, y Latinoamérica aportan el núcleo fundamental. Y lo hacen, además, en unos términos que bloquean por completo todos los resortes de los que se vale usualmente el espectador occidental para experimentar el arte. En primer lugar, existe un modelo genérico de trabajo común, pero no hay ningún discurso marco que genere un relato. Uno de los aspectos que más turba es la ausencia del concepto de «autor». A esto se le añade el hecho de que las diferentes obras desafían el sentido de «síntesis» del lenguaje artístico occidental y se expanden mediante un desconcertante «horror vacui». Pero, entiéndase bien, tal dificultad no conlleva un cuestionamiento de la propuesta de ruangrupa. Ha desbaratado el modelo artístico de occidente, hasta el punto de tornarlo inoperativo y, por ende, incompetente para descifrar las experiencias colaborativas de Documenta. De ahí que, quien se enfrente a ellas, o cambia rápida y drásticamente de paradigma, o se sentirá un alienígena.