Miguel Botellla
Cuando se llega a una edad provecta como la mía, la agenda de amigos y el listado de admirados suele estar completa. Pero la vida, a Dios gracias, no deja de sorprendernos. Hace cuatro años conocí al escritor y premio Planeta Javier Sierra, todo un descubrimiento en lo humano, en lo profesional y en lo intelectual, y, hace un par de meses, con motivo de un viaje a Turquía (del que también hablaré), he conocido a este singularísimo ser humano. Conocerlo en el aeropuerto fue amor a primera vista: sencillo, campechano, conversador excelente, contador de chistes que ya quisieran algunos del Club de la Comedia, excelente pintor de acuarela y humilde por ser sabio, muy sabio. De su currículo no voy a hablar, porque lo tienen ustedes en cualquiera de las redes sociales. Miguel Botella es arqueólogo, antropólogo y médico y ejerce desde hace «taitantos» años de Catedrático de Antropología Forense de la Universidad de Granada. Creía que ya ningún sujeto me podría sorprender (ni siquiera me ha sorprendido «grazie, Antonio»), pero lo de Miguel Botella es una experiencia casi religiosa, parafraseando al cantante. Junto a él, hemos recorrido en julio la Turquía Bíblica y los primeros asentamientos de seres humanos. Nos ha contado historias reales de lo que supone la investigación forense, lo mucho que hablan los huesos y los cadáveres. No le da importancia a su trabajo, que ayuda a muchas personas a librarse de acusaciones gravísimas. Es un ser muy entrañable, con su pañuelo azul en la cabeza y su luenga barba cana que nos refleja también lo mucho vivido por él. Tiene en YouTube vídeos suyos de entrevistas y en Netflix un caso sonado en Colombia, pues lo llaman desde todas partes del mundo. Es un personaje de una talla humana e intelectual poco corriente. Es un orgullo considerarme su amigo.