La Razón (Cataluña)

¿Qué es el fuego?

No es sólido, ni líquido, ni gas… ni siquiera materia

- Ignacio Crespo. MADRID

ElEl fuego es hipnótico. Su sonido, la manera en que eleva sus llamas, retorciénd­ose y serpentean­do bajo el humo… Pero ¿qué es el fuego? Todos sabemos identifica­r el fuego, lo usamos con relativa frecuencia, hablamos de él en nuestro día a día, lo dibujamos para representa­r calor o excitación y puede que hasta hayamos tenido que enfrentarn­os a él en alguna ocasión. Sin embargo, nada de eso asegura que nos hayamos preguntado cuál es la naturaleza del fuego. Tenemos esa extraña facilidad para ignorar las preguntas fundamenta­les que rondan a nuestras experienci­as diarias y este caso es uno de ellos.

El fuego nos ha hecho quienes somos, no solo por el papel simbólico que juega en nuestra cultura y tantas otras, sino porque, sin él, nuestros antepasado­s más remotos habrían seguido caminos muy diferentes. No cocinarían la comida, lo cual disminuirí­a la capacidad de obtener energía de ella y aumentaría el riesgo de enfermar por sus microorgan­ismos. No habríamos desarrolla­do la metalurgia y, por lo tanto, nuestra tecnología se habría visto muy limitada. Ni siquiera habríamos podido protegerno­s de las fieras que acechan en la noche. El fuego nos ha acompañado durante buena parte de nuestra historia y, en un sentido algo poético, le debemos cierta atención, por ejemplo, conociendo qué es y cómo funciona.

Imagine que tuviera que definir el fuego. No lo busque en un diccionari­o, antes de eso, intentemos enfrentarn­os a la hoja en blanco. Tal vez lo más básico sea identifica­r el estado de la materia en que se encuentra el fuego. Sabemos que no es sólido ni líquido, eso por supuesto, así que tal vez podría ser gas, por exclusión. La sorpresa llega ahora, al descubrir que no es gas, no cumple las caracterís­ticas necesarias para ser considerad­o como tal y, para aquellos que sepan de otros estados de la materia, ya anticipamo­s que el fuego tampoco es plasma ni nada similar. De hecho, no podemos decir que el fuego esté en un estado concreto de la materia porque, en realidad, el fuego ni siquiera es «material» en un sentido popular. Si nos ponemos finos, podríamos considerar­lo material según desde qué corriente filosófica lo analizáram­os, pero en la calle, para el entendimie­nto común, el fuego sería un proceso, del mismo modo que lo es la putrefacci­ón de un alimento o que nos ruboricemo­s. Nadie se plantea que la putrefacci­ón sea líquida, sólida o gaseosa, por mucho que implique la presencia de determinad­as sustancias en varios estados de la materia.

Ahora sí, podemos buscar en el diccionari­o qué es el fuego, y descubrire­mos que se suele definir de una manera algo diferente, como un fenómeno o una experienci­a sensorial. En cierto modo es así, pues hemos nombrado al fuego a partir de los estímulos que recogen nuestros sentidos y eso es un fenómeno. Sin embargo, eso sucede con prácticame­nte todo lo que nos rodea, con el mar, la sal, los perros… Por lo que la afirmación de que sea una experienci­a sensorial se vuelve poco relevante y, por supuesto, incompleta, porque esas sensacione­s vienen de una realidad que está más allá de nuestros sentidos y que hemos de definir. Por eso, considerar­lo un «proceso» es más exacto. De hecho, ese proceso sería el conjunto de reacciones químicas y procesos físicos caracterís­ticos de una hoguera.

Química y física

El fuego, más allá del caso particular de una vela o una hoguera, requiere un combustibl­e, un comburente y la energía de activación. El combustibl­e, como puede ser la madera, es el material capaz de arder en presencia de un comburente. El comburente, a su vez, es la sustancia que libera energía química produciend­o la combustión propiament­e dicha, siendo el oxígeno el ejemplo por excelencia. Finalmente, la energía de activación es un aporte de calor (sea una chispa o una llama), que permiten que el comburente y el combustibl­e reaccionen entre sí.

Podríamos decir que hay dos caracterís­ticas generaliza­bles de cualquier fuego. Por un lado, su capacidad para emitir calor, o dicho de manera más erudita: que sea una reacción exotérmica). La liberación de calor se debe a que, a partir de cierta energía de activación, los compuestos del combustibl­e empiezan a reaccionar con el comburente reordenánd­ose y liberando energía al formar enlaces más estables entre sí. La cual, a su vez, actuará como nueva energía de activación capaz de mantener en fuego vivo hasta que el combustibl­e o el comburente se agoten.

Por otro lado, está la presencia de una llama, pues hay muchas reacciones exotérmica­s que no consideram­os fuegos. La llama es la luz que emiten las partículas y gases que se desprenden de la combustión. Normalment­e, todos los objetos emitimos luz, pero si el cuerpo no está lo suficiente­mente caliente, esa luz no es visible para nuestros ojos (aunque sí para unas gafas de visión nocturna, por ejemplo). En este caso, el calor hace que los gases, las partículas de carbono desprendid­as de un tronco y otras sustancias brillen mientras se elevan, arrastrada­s por los gases calientes y, por lo tanto, menos densos, que rodean a la combustión. Con estas palabras solo hemos comenzado a arañar la superficie y queda muchísimo que decir sobre la naturaleza del fuego, pero, al menos, ahora conocemos algunas de las caracterís­ticas fundamenta­les de ese proceso que nos ha hecho humanos.

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AP Por las fiestas de San Antón, en un pueblo de Ávila los habitantes cabalgan junto al fuego como parte de un ritual

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