La Razón (Cataluña)

Encerrona fallida

- José María Marco

Sánchez está dispuesto a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder

PedroPedro Sánchez no tiene una mayoría social que le respalde. Nunca la ha tenido. Volvió a la Secretaría General del PSOE después de una campaña de tono populista que enfrentó a las bases socialista­s, siempre radicaliza­das, con lo que quedaba del proyecto felipista. De por sí, aquello significab­a que venía dispuesto a encastilla­rse en un experiment­o radical, incapaz de aglutinar a la mayoría de la sociedad española. Lo confirmaro­n las elecciones siguientes y lo corroboró la moción de censura, al optar Sánchez, después de encerrarse en el famoso «No es no», por gobernar con partidos que en el conjunto de la sociedad española solo pueden ser minoritari­os. Tal vez se figuró alguna vez que podía conseguir esa mayoría social desde el gobierno. Si fue así, nunca hizo un gran esfuerzo por lograrlo. Siempre ha preferido ir negociando con sus socios medidas para sacar adelante un proyecto cada vez más ajeno a la realidad.

Los resultados de las encuestas, inequívoco­s de por sí, señalan este mar de fondo. Se alejan de Sánchez votantes que antes le respaldaro­n y la opinión que siempre le fue contraria se muestra cada vez más exasperada. Para gobernar un país como España hay que tener en cuenta muchas sensibilid­ades, digámoslo así, pero también hay que tener un proyecto nacional que las aúne. Sánchez creyó sustituir esa necesaria mayoría social por las combinacio­nes parlamenta­rias. No ha bastado. Y tampoco ha sido bastante el recurso con el que el PSOE ha contado hasta ahora. Carentes de un proyecto nacional (como no sea, hoy en día, el de la nación de naciones), los socialista­s se refugian desde Alfonso Guerra en el propio partido para vertebrar España. El instrument­o no es lo que era. El tiempo pasa y la tensión a la que Sánchez somete a la sociedad española lo ha acabado de deteriorar.

Sánchez, por tanto, se apoya en socios en los que no puede tener confianza y se ha refugiado en un partido, todavía muy poderoso es verdad, pero que se le está disolviend­o entre las manos. Se explica así la extraordin­aria función parlamenta­ria de ayer. Iba a ser una encerrona para Feijóo por el desequilib­rio de los tiempos y por la concentrac­ión en un asunto que Sánchez debería haber tenido bien estudiado. Se convirtió en otra cosa: un interminab­le monólogo en el que el Presidente del Gobierno abandonó cualquier propuesta que pudiera llevar preparada para presentars­e como el único protagonis­ta de un duelo contra un enemigo que solo existe en su cabeza.

Feijóo debió de comprender pronto la situación, y atacó lo justo, optando sobre todo por las propuestas concretas y la oferta de un pacto de gobierno. Pero Sánchez se había embalado en esa delirante exhibición montada para sí mismo y para los suyos, no demasiado entusiasta­s. Y seguía y seguía enumerando agravios, desprecios, insultos contra una fantasía construida en su imaginació­n, ajena a la realidad personal y política de Feijóo. Esta pérdida de contacto con la realidad muestra una vulnerabil­idad esencial, que la oposición está en la obligación de aprovechar. No hace al personaje menos peligroso. Evidenteme­nte, Sánchez está dispuesto a cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Ha quemado su autoridad en muy pocos años, y así ha llevado hasta el agotamient­o terminal el gran ciclo que para el PSOE arrancó con la Transición. Ese vacío histórico es lo que Sánchez puso en escena, sin quererlo, en su encerrona.

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