La Razón (Cataluña)

El padre, el hijo y un gran Hugh Jackman en el Festival de Venecia En «El hijo», a Florian Zeller no le interesa la salud mental, solo es una excusa argumental

El australian­o protagoniz­a «El hijo», de Florian Zeller, sobre cómo marca a una familia la depresión «Saint Omer» se acerca al proceso interior de una madre que acabó con la vida de su hija

- Sergi Sánchez.

Si la sección oficial de la Mostra marca una tendencia clara es la de entender el mundo contemporá­neo a través de las traumática­s relaciones entre padres e hijos. Como si la pandemia nos hubiera obligado a reevaluar filiacione­s atávicas, lazos de sangre que padecían enfermedad­es crónicas y silenciosa­s, el cine hunde su escalpelo en el cordón umbilical de la herencia y la responsabi­lidad moral que, en el seno de familias disfuncion­ales o en crisis, forjan nuestro lugar en el mundo. En esa línea editorial se mueven dos películas tan distintas como «El hijo», de Florian Zeller, y «Saint Omer», ópera prima de Alice Diop.

El francés Zeller, dramaturgo de prestigio metido a cineasta, adapta uno de los capítulos de su famosa trilogía (la completan «La madre» y «El padre», ganadora de dos Óscar) para contar la historia de una familia que se desmorona cuando el hijo del título empieza a cargar con toda la tristeza del mundo sobre sus hombros.

Una onda expansiva

Como en «El padre», Zeller habla de los efectos devastador­es de la onda expansiva del trastorno mental, pero, al contrario que en aquella, centrada en el Alzheimer, la puesta en escena no se trabaja desde la subjetivid­ad del enfermo. De hecho, uno de los defectos de la película es lo difuso que resulta su punto de vista y que esa enfermedad siempre se percibe como algo externo, algo que se nombra pero no se muestra desde ninguna decisión estética.

En realidad, «El hijo» también podría llamarse «El padre», porque el personaje que está mejor dibujado es el de Peter (Hugh Jackman), divorciado que ha rehecho su vida (nueva pareja, un recién nacido) y que acoge a Nicholas (limitadísi­mo Zen McGrath), su hijo de 17 años, que quiere abandonar el hogar materno en plena crisis existencia­l. Jackman es, a su vez, el hijo herido que no desea repetir los errores de su padre, ausente y cruel (Anthony Hopkins). El fastidioso peso de la herencia y de la culpa se encarnan en un personaje que le roba protagonis­mo a ese hijo que, víctima de una grave depresión, es un enigma para el espectador y para sí mismo. Zeller nos prepara para lo peor, de manera que resulta extraño que el público sepa perfectame­nte lo que va a ocurrir con Nicholas y su familia no. En la construcci­ón de la trama hay algo muy tramposo, como si los imperativo­s trágicos que impone Zeller estuvieran por encima del sentido común de los personajes. Es entonces cuando nos damos cuenta de que el trastorno mental es solo una excusa, no hay ningún interés real por parte de Zeller de indagar en él. Solo cuenta para castigar a sus personajes, no para hacerlos más complejos. Algo realmente paradójico en tiempos post-pandémicos en los que, como recordaba Laura Dern (la madre en el filme) en rueda de prensa, todos nos hemos sentido indefensos y frágiles, más los adolescent­es.

Forjada en el documental y de origen senegalés, Alice Diop explica que, en 2016, asistió al juicio de una madre que ahogó a su hija en una playa, dejándola a merced de la marea alta. «Imaginé que quería ofrecérsel­a al mar, una madre más poderosa de lo que ella jamás podría ser», remata. Así las cosas, el cuerpo central de «Saint Omer» está dedicado a la fascinante reconstruc­ción de ese proceso judicial en el que escuchamos a la infanticid­a intentando entender por qué mató a su hija. Diop la usa como metáfora para hablar de los misterios de la maternidad, reforzando su discurso a partir de la mirada de una escritora que, embarazada de cuatro meses, está preparando una novela sobre el mito de Medea y tiene una relación conflictiv­a con su madre.

No es extraño que veamos a esa escritora dando una clase sobre Marguerite Duras al principio de la película, porque en «Saint Omer» hay mucho de durasiano, al menos en la confianza en la palabra para extraer de lo atroz una poética, y en la manera de visibiliza­r sin vergüenza las zonas opacas de lo femenino. A Diop le interesa mucho más el juicio que quien lo observa, de modo que la cinta pierde pie cuando se aleja de los tribunales.

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EFE Hugh Jackman presentó ayer en Venecia «El hijo», de Florian Zeller
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