La Razón (Cataluña)

Así no se anima el circo, señores púgiles

Diario de un viejo que le grita al televisor

- Jesús Amilibia

Aquellos que esperaban un combate como el de Alí y Foreman en 1974, se sintieron defraudado­s con el que nos ofrecieron El Chulapo de la Moncloa y El Sereno de Orense en el Senado. El ataque feroz del Chulapo se encontró con la sosegada defensa del Sereno, buen fajador, pero, en el intercambi­o de golpes, los poderosos jueces mediáticos del rojerío dicen que el madrileño ganó a los puntos al gallego. Se preguntan los comentaris­tas boxísticos por qué El Sereno propuso un combate en el ring del adversario donde sus posibilida­des eran escasas. Tengo para mí que quizá en un momento de euforia provocado por su ventaja en las apuestas, el campeón de los azules se creyó Ásterix y Óbelix en una sola pieza y confió ciegamente en la pócima mágica que la prepararon Panoramix-Bendodo y la meiga Gamarra.

Cuando El Chulapo es el dueño del ring, del reglamento y, por tanto, marca los tiempos de los asaltos, sólo se puede aspirar a un combate nulo, o sea, «salir a empatar», como señaló un mánager del equipo azul antes del combate. Ante un ataque desaforado del adversario, el brebaje mágico le sirve de poco al aspirante, que se convierte en esparrin y encima queda expuesto a que El Chulapo de la Moncloa le insulte y le robe la coquilla (sus propuestas defensivas), tal como sucedió. Así las cosas, El Sereno sólo podía ofrecer, como buen cristiano, la otra mejilla (brindar un pacto que Él desdeñó) antes de volver a su rincón.

Pese la furia desesperad­a del que, según los apostadore­s, será el perdedor en el combate final de 2023, la primera pelea fue sosa. Así no se anima el circo, señores púgiles. La afición pide algo de «Rocky»: una nariz rota, una ceja abierta, un detalle, vamos.

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