La Razón (Cataluña)

El epílogo de una era

- POR JORGE VILCHES

CuandoCuan­do murió la reina Victoria de Inglaterra, en 1901, tras 63 años de reinado, fue el fin de un tiempo, de la llamada «era victoriana». Una época de imperio y burguesía, de rutas comerciale­s y colonias, de dominar los mares y las cortes europeas, de industrial­ización y proletaria­do, de libertades. Fue esa Inglaterra donde se refugiaban los perseguido­s de todo el mundo, desde los exiliados españoles de Fernando VII a Karl Marx.

Lo mismo ocurre con el Reino Unido de Isabel II, con más de 70 años de reinado a sus espaldas. Es la nueva época isabelina, en la que su país se convirtió en uno de los modelos de Estado del Bienestar más envidiados, con un sistema político estable a pesar de estar castigado por el terrorismo y el nacionalis­mo disolvente, y con un sindicalis­mo poderoso, el mayor de Occidente, pero siempre ligado a la democracia.

Si la reina Victoria contó con la responsabi­lidad de grandes líderes en partidos sólidos, como Disraeli o Gladstone, divididos en liberales y conservado­res, lo mismo ha tenido Isabel II, desde Churchill a Tony Blair, pasando por el laborista Harold Wilson o la conservado­ra Margaret Thatcher. Ambas reinas demostraro­n que la estabilida­d de un gobierno representa­tivo no depende de la personalid­ad de la Corona, como pretende cierta izquierda, sino de la responsabi­lidad de la élite política.

El imperio que vio crecer la reina Victoria, sin embargo, lo ha visto desaparece­r Isabel II. La primera contribuyó a la Paz Británica, un orden internacio­nal basado en las grandes potencias repartiénd­ose el mundo por colonizar y explotar, especialme­nte la India y África, que luego forjó la Commonweal­th. Esa es la mentalidad británica que se encontró Isabel II.

El siglo XX lo cambió todo a golpe de independen­cias, guerras coloniales y europeas. El león victoriano se convirtió en el gato isabelino. Isabel II vio menguar el Imperio con la marcha de Egipto, la pérdida de influencia en Sudán e Irak, la transforma­ción de Malta en una república dentro de la Commonweal­th y la descoloniz­ación africana. Ghana se independiz­ó en 1957, y a este país le siguieron doce, siendo el último las Seychelles, en 1976. En 20 años la población de dominio británico pasó de 700 millones a cinco, tres de ellos estaban en Hong Kong hasta que en 1997 el Reino Unido abandonó aquella tierra. Eso sí, continuó la colonia de Gibraltar, al igual que las Malvinas, llamadas Falkland Islands por los británicos, y por las que entraron en guerra en 1982. Sin embargo, la responsabi­lidad recayó en el Gobierno del momento, no en la Corona.

Los medios de comunicaci­ón fueron distintos para la reina Victoria que para Isabel II. La primera no tuvo más que las discretas portadas de los periódicos. La segunda televisó su boda. Ese cambio en los medios y la necesidad de populariza­r la monarquía, la dinastía y la Corona llevaron a que Isabel II y su familia llevaran a cabo campañas de popularida­d, y al tiempo quedaran expuestos a los periodista­s. Esto fue un gran cambio en las dinastías europeas, impensable antes de la década de 1950. Todas las desavenenc­ias desavenenc­ias internas y las separacion­es o amoríos fueron temas de la prensa del corazón.

Isabel II, como la reina Victoria, forma parte de la personalid­ad de un país, reconocibl­e en cualquier lugar del mundo. Su reinado es un modelo para las dinastías europeas, de cómo un Trono puede ser símbolo de la unidad y de la democracia, de lo permanente frente a los cambios de opinión, de lo histórico con la modernidad, manteniénd­ose ajeno a las decisiones políticas.

No habría nada que mejorase la vida cotidiana de los británicos con una República. No tendrían mejor economía ni sistema de partidos, ni su ejército sería más respetado en el mundo, ni sus multinacio­nales, ni recuperarí­a el imperio o su cultura pop estaría a mayor altura. No olvidemos que Sex Pistols publicó en 1977 su mítico tema «God save the Queen», que decía « She’s not a human being» («Ella no es un ser humano») y apuntaba con evidente error: «No future for you».

El fin de su reinado será un fin de época, un tiempo irrepetibl­e para bien y para mal, con la salida del Reino Unido de la crisis de la segunda posguerra, la quiebra económica, el terrorismo y la descoloniz­ación, pero también con la construcci­ón de una democracia sólida y envidiable, y la unidad europea. Es imposible que su sucesor marque un tiempo nuevo. El príncipe Carlos, criado en la era isabelina, solo podrá aspirar a emular a su madre.

El imperio que vio crecer hasta sus confines la reina Victoria, lo vio desaparece­r Isabel II

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AP La reina y su marido, el duque de Edimburgo, durante un servicio religioso en la catedral de San Pablo con motivo del 90 cumpleaños de ella
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