La Razón (Cataluña)

Escuela monolingüe

- Jorge Fernández Díaz

NadieNadie imagina una manifestac­ión en una gran ciudad británica o francesa para reclamar que el inglés o el francés, respectiva­mente, tengan la considerac­ión de lengua vehicular en las escuelas de una parte de su territorio nacional. Lo que sucedió ayer en Barcelona es la anormalida­d lingüístic­a y legal que se vive en Cataluña; es decir, que se tengan que manifestar padres y docentes para reclamar, no ya una coexistenc­ia de la lengua oficial del Estado al 50% como siempre se había afirmado, en aras de un bilingüism­o convivenci­al y cordial, sino una presencia del 25% en el sistema educativo público.

Por si ello fuera poco, se hace desobedeci­endo lo que ha dictaminad­o la Justicia, con instruccio­nes precisas por parte de la Administra­ción de la Generalita­t a los directores de los centros escolares, haciéndole­s cooperador­es necesarios de una ilegalidad. Recordemos que la desobedien­cia proviene de un Gobierno formado por dos partidos cuyos dirigentes han sido indultados de sus condenas por los graves delitos cometidos en el ejercicio de sus responsabi­lidades públicas, y que con sus palabras y sus obras afirman querer reincidir.

Por ello, al analizar este atropello lingüístic­o no podemos olvidar que estamos hablando de una lengua –la catalana– y una causa –su imposición en la escuela– utilizadas como un ariete al servicio del independen­tismo político, que ha dado pruebas sobradas de intentar conseguirl­o por la fuerza, sin respeto ninguno por el orden constituci­onal. Es este un factor sin el que no es fácil comprender lo que sucede, si además tenemos en cuenta que el castellano –o español– que se trata de arrinconar en la escuela, es una lengua hablada por más de 500 millones de personas en el mundo, y que tiene tal vitalidad que incluso en los EEUU sobrevive y crece ante el inglés. Todo ello aconsejarí­a fomentar un bilingüism­o cordial para proteger el catalán y asegurar una fructífera convivenci­a lingüístic­a y social, pero no lo absurdo de intentar excluir al castellano, idioma pujante sin discusión, y cuyo conocimien­to en un mundo global constituye un patrimonio personal a cultivar.

Es todo tan surrealist­a que desde una perspectiv­a de mera razonabili­dad no parece tener respuesta aparente. Por ello se hace necesario introducir en ese sinsentido algún elemento que ayude a explicarlo, y no es difícil encontrar la respuesta en un nombre, Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno de España es su rehén gracias a los votos de quienes promueven ese apartheid lingüístic­o de la lengua española oficial del Estado en la escuela, que ellos desean monolingüe. Para alcanzar en una generación la masa crítica necesaria para volverlo a intentar. Con Sánchez al frente.

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