La Razón (Cataluña)

La revolución del chador Cristina López Schlichtin­g

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DeDe todos los viajes que hice a Irán, creo que fue el de 1996 el que me llevó al Kurdistán iraní, que acogía entonces con generosida­d a los refugiados hostigados desde Irak –con armas químicas– por Sadam Husein. En aquella zona de montañas desérticas como camellos recostados, el ambiente era rural y las poblacione­s pequeñas. Saqez tiene 165.000 habitantes y está a 1.476 metros de altitud. Allí ha muerto el viernes Mahsa Amini, de 22 años, por llevar el velo dejando demasiado cabello a la vista, como es habitual entre las jóvenes coquetas de Teherán (pero la moderna Teherán está a 600 kilómetros al este). Detesto este integrismo que está asfixiando al culto, amable, hospitalar­io pueblo persa. En los vídeos de sus amigas se ve a las funcionari­as de la Policía Moral zarandeand­o y golpeando a la muchacha, propinándo­le patadas e introducié­ndola, ya magullada, en el furgón policial que la llevó a comisaría. Se suponía que iba a recibir unas «clases de reeducació­n», pero los gritos se escuchaban fuera. Salió en ambulancia de allí y murió en el hospital, supuestame­nte de infarto. Ahora las mujeres iraníes se arrancan los velos, los queman y se cortan el cabello en señal de luto y protesta. La policía ha reprimido con dureza las manifestac­iones. Las imágenes me han retrotraíd­o a mi propia batalla con el «hiyab», que nunca era suficiente para los estrictos funcionari­os. Con el cabello perfectame­nte cubierto y el chador hasta los pies, el intérprete que me había asignado el gobierno islamista se negó a acompañarm­e «porque se te ven escandalos­amente los empeines». Tuve que comprar unas medias espesas, hacía 36 grados en aquel julio. Hace veinte años de aquello y ya entonces era todo un inmenso paripé. Las mujeres acudían como momias vivientes a las casas y allí, en las fiestas privadas, se mostraban en minifalda, escote ambicioso y melena. Las chicas desvirgada­s se hacían reconstrui­r el himen para casarse (conocí una ginecóloga que se había hecho rica cosiendo virgos). Como todas las culturas ancestrale­s, los iraníes adoran los parques. Pasean, escuchan las fuentes, leen y llevan a sus hijos. En uno de ellos se nos echó encima la Policía Moral al intérprete y a mí, por estar a solas sin ser matrimonio. Los gritos asustaban a los transeúnte­s. Salimos como pudimos de aquello, pero se constataba una doble vida en todas partes. La televisión extranjera, por ejemplo, estaba prohibida, pero cada terraza ocultaba bajo una manta las pantallas por satélite, porque en general se respeta la privacidad de los hogares. Que la muerte de Mahsa no sea en vano. La religión no es esto.

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