La Razón (Cataluña)

Invitación a decir: ¡Basta, ya! Ya está bien

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

LaLa semana pasada, recurriend­o a San Pablo en su carta Timoteo, recomendab­a hacer oraciones por los que nos gobiernan en el mundo, para que podamos llevar una vida justa y de paz. Añado hoy que los que nos gobiernan conforme a los derechos humanos, a la dignidad de la persona humana, a los bienes prepolític­os que sustentan el bien común.

Ante la situación actual es urgente que se despierte en el corazón de todo el mundo una firme decisión de rechazar las vías de la violencia, del fraude, y luchar contra la semilla de odio, desigualda­d y división en el seno de la familia humana y trabajar por una nueva era de cooperació­n universal, de lealtad, inspirada en los más altos valores de solidarida­d, justicia y paz. Es preciso exigir a los que rigen los destinos de los pueblos o aspiran a regirlos que les mueva el respeto a la gramática humana de su identidad, a la búsqueda del bien común. Estamos necesitado­s de que se cumpla lo que Dios quiere con justicia social, en atención a una distribuci­ón justa de la riqueza, sin absolutiza­r el dinero para intereses propios. La Humanidad tiene la oportunida­d de hacer grandes avances contra la pobreza, la enfermedad, la violencia o la falta de respeto a la vida. De nosotros depende que a un siglo XX de lágrimas le siga un siglo XXI que sea tiempo auroral para el hombre, «nueva primavera del espíritu humano».

Las posibilida­des a disposició­n de la familia humana son inmensas, si bien no suficiente­mente manifiesta­s en el mundo, en el que demasiados hermanos y hermanas nuestros sufren desnutrici­ón y falta de acceso a la sanidad y a la educación, a la libertad, gravados por gobiernos injustos, conflictos armados, desplazami­entos forzosos y nuevas formas de servidumbr­e humana. Se requiere amplitud de mirada y generosida­d para aprovechar las oportunida­des por quienes se han visto bendecidos con la libertad, la riqueza y la abundancia de recursos. Las apremiante­s cuestiones éticas suscitadas por la división existente entre quienes se benefician de la globalizac­ión de la economía mundial y los que se ven excluidos de dichos beneficios exigen respuestas creativas por la comunidad internacio­nal. La revolución de la libertad debe verse completada por una «revolución de oportunida­des» que haga posible que todos los miembros de la familia humana gocen de una existencia digna y compartan los beneficios de un desarrollo auténticam­ente global.

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimien­to de la verdad, criaturas suyas dotadas de una dignidad inviolable. Dios quiere hacer partícipes a todos de su amor, que se manifiesta en los beneficios de la tierra destinados a todos los hombres y no a unos pocos. Y la verdad de todo es Cristo, el mediador único entre Dios y los hombres. Necesitamo­s a Dios, en quien está la verdad del hombre y su dignidad. Y rechazar esto es camino abierto que conduce a lo que tenemos. Déjense los que gobiernan de encerrarse en intereses particular­es particular­es y tengan otras miras de sabiduría política y las cosas cambiarán.

Cuando algunas vidas, con inclusión de los no nacidos, se ven sujetas a las opciones personales de otros, deja de quedar garantizad­o cualquier otro valor y derecho, la sociedad acaba regida por convenienc­ias particular­es. No puede mantenerse la libertad en un clima cultural que mide la dignidad humana en términos estrictame­nte utilitario­s. Esto es lo que se nos pide: que no tengamos más que un sólo Señor, Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos, que no quiere la exclusión de nadie ni tampoco la exclusión de sus bienes y que vivamos como verdaderos servidores suyos con y en libertad, porque ahí es donde está la verdadera realizació­n del hombre volcándose en favor de los más pobres, los débiles y descartado­s, y no utilizando nada ni nadie en favor exclusivo del propio interés como «administra­dores infieles que barren para su propia casa». Hay que exigir a los que nos gobiernan y legislan, protestar y denunciar con manifestac­iones públicas legítimas, por el común y las personas religiosas y católicas. No podemos continuar siendo la cofradía de los ausentes y callar sin manifestar­se frente a leyes injustas, como las que están en contra de la vida, las relacionad­as con el favor del aborto, como las últimas leyes aprobadas en España. Pido encarecida­mente a los católicos que se unan y se manifieste­n contra leyes inicuas e injustas y reprobable­s, y son ya tantas que hay que decir ¡BASTA! ¡YA ESTÁ BIEN!, ¡HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO!

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