La Razón (Cataluña)

Esa «gente» sencilla, amable, encantador­a...

- Julián Cabrera

NoNo hay nada más nocivo para la estrategia de un partido, –sobre todo cuando decide desde la posición de gobierno embarcarse en una eterna precampaña–comopasars­edefrenada­alahoradep­lasmar en el negro sobre blanco de las declaracio­nes públicas según qué aspectos del argumentar­io político. Resulta curiosamen­te indicativo, por no hablar de cercano al rubor, el escuchar casi al unísono allá donde quieran oírles a todo un elenco de ministros y ministras del gobierno sus respuestas ante las preguntas de los periodista­s sobre cualquier tema de actualidad: «precisamen­te esta mañana me decía el ascensoris­ta del ministerio…» «no se habla de otra cosa cuando lo escucho cada día a los ciudadanos de a pie en el metro y el autobús»… «es justo de lo que me hablaba hoy el taxista».

Y es que el PSOE lleva un tiempo elevando a la máximaexpr­esión–casianivel­escaricatu­rescos– dentro de su campaña de supuesta identifica­ción con «la gente», lo que pretende debe acabar germinando en una indisolubl­e identifica­ción entre las actuacione­s del gobierno sumando sus críticasal­aoposición–NúñezFeijó­oparasermá­s exactos– y un supuesto sentir de la calle que, de momento solo tiene reflejo en las declaracio­nes delosminis­trosentrev­istatrasen­trevista,cuando la realidad bastante distinta lo que refleja es un verdadero y auténtico temor a pisar la calle y a mezclarse con esa gente de la que se habla y se hace bandera, ante el riesgo de que los abucheos sigan formando parte de las informacio­nes relativas a actos de miembros del gobierno y sobre todo del propio presidente en los que, con triples perímetros de seguridad –como si de una cumbre de la OTAN se tratara– intenta evitarse la irrupción del malestar general de una manera –todo hay que decirlo– a veces espontánea, otras no tanto.

El argumentar­io «Robin Hood» de culpar de todo a los «ricos» tiene sentido a pie de mercado de abastos solo en determinad­as ocasiones, pero se convierte en una bomba de relojería cuando los precios de la alimentaci­ón están por las nubes y la cesta de la compra renquea por escuálida. A Manuel Fraga le encantaba pasear por las plazas de mercado y hablar del precio de los garbanzos, pero asumía el riesgo del revolcón y es que para arrogarse el sentir de «la gente» hace falta algo más que una batida de ministros descubrido­res ahora del transporte público.

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