La Razón (Cataluña)

Ginés y Aguado le pellizcan la tarde a Morante

Marín y Pablo pasean un trofeo cada uno en la última de la Feria de San Miguel

- Patricia Navarro.

SEVILLA. Última de San Miguel. Toros de Juan Pedro Domecq, desiguales. El 1º, flojo y descastado; el 2º, con entrega y nobleza; el 3º, con ritmo, nobleza y falto de transmisió­n; el 4º, deslucido; el 5º, movilidad sin demasiada entrega; el 6º, complicado. Lleno

Morante, de grana y oro, estocada, descabello (silencio); estocada que hace guardia, descabello (silencio).

Ginés Marín, media estocada (oreja); dos pinchazos, dos dos pinchazos, estocada corta, (silencio).

Pablo Aguado, de rioja y oro, estocada trasera (oreja), estocada tendida (silencio).

EraEra el día después con uno de descanso entremedia­s. Ni soñado. La vuelta de Morante después de aquello... Lo del viernes, ¿recuerdan? Las ilusiones nos duraron lo mismo que la etiqueta que ponía Juan Pedro Domecq y la mala temporada del ganadero. El toro estaba flojo casi ya de salida. Nadie hizo lo más mínimo por cambiar el devenir de la historia y entonces, según lo previsto, el toro llegó a la muleta sin el menor ánimo, ni casta ni fuste ni nada que se le pareciera a lo bravo ni la faena tampoco nada que recordara a las glorias pasadas. Uno para olvidar.

Creímos que se repetiría en el segundo, por la falta de fuerza en los primeros tercios, pero el Juampedro tuvo fondo que sacar para quitarnos razón. Que gusto. El animal sí tuvo cosas buenas porque tomó el engaño por abajo, porque repitió y con duración. Es cierto que el toro pesaba por dentro, que se acostaba, pero la vida no es perfecta y la bravura tampoco. Gines Marín brindó al público, sabía él, e intercaló después muletazos con intensidad, porque su toreo la tiene, con otros en los que no llegó a apretar, más aliviado, cumplidor, pero sin reventar. Hubo de todo, pero siguió la estela que ha marcado este año de puntuar, sobre todo en las plazas de máxima categoría, y en ese todo gustó a la afición sevillana. La media le dio el trofeo. Y a Juampedro la tranquilid­ad de haber lidiado uno bueno.

Suavón fue el tercero, con ritmo y ese punto de sosería que Pablo Aguado suplió con su categoría máxima. Lo hace todo despacio, como si fuera fácil, irremediab­le. Cadencia absoluta que se derrama de sus muñecas, cadera, torería... Hubo que esperar al final, pero fue una preciosida­d. Una pena que todo ocurriera allá en el tercio. Si sintieran cómo penaliza eso para el resto de la plaza en la manera de transitar por la faena se pensarían saltar esa barrera y mostrar la escena en los medios, sobre todo en este que es inmenso.

El cuarto nos tuvo en ascuas de principio a fin. Cantó pronto su mansedumbr­e y sus pocas ganas de emplearse en el capote, pero aún así mantuvimos la esperanza. Morante nos prendió la llama en todo momento con un imprevisib­le capote y una media que valía su peso en oro. No sabíamos lo que venía después. El toro humillaba un tris y al tras ya había derrotado por arriba no con maldad sino con desdén. (No era tarde para eso, pero a Morante nunca fue un torero al que le embistiera­n los toros. Eso ya lo sabemos. Será por aquello de no abusar...) El comienzo de faena tuvo una belleza tremenda, pero sin gloria después. No quiso emplearse “Mapaná” y cerraba el de La Puebla su quinta tarde en Sevilla. Su temporada de 100 sigue. Aguarda Madrid. La vida transcurre, sus faenas de leyenda perduran.

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EFE Pablo Aguado, ayer en el cierre de San Miguel en Sevilla
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El periodista publica otro libro

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