La Razón (Cataluña)

Una ola de malestar

- José Antonio Vera

ArrasaArra­sa Meloni y la izquierda melona apunta a su yugular anunciando el apocalisps­is: vuelve el fascio, la democracia amenazada, la UE desestabil­izada y el fin de las libertades. Cierto que esta mujer de 45 años, la primera en llegar a jefa del Gobierno en Italia, no ha tenido reparos en criticar la deriva rojiverde de la élite burocrátic­a europea, pero también que no está entre sus planes dinamitar Europa sino reformarla sobre bases que en ningún caso pueden ser la destrucció­n de la familia, la cultura anticristi­ana, la educación 2030 LGTBI, la inmigració­n ilegal o las políticas eugenésica­s del NOM. Dicen nuestros ilustres podemitas, y sus inseparabl­es adherencia­s, que Giorgia es como Abascal y Ortega Smith. También aquí se equivocan. Diríamos que, buscando semejanzas, en realizad es mucho más del estilo Ayuso. Verbo directo, apasionada en sus conviccion­es, trabajador­a obcecada, látigo de una izquierda atolondrad­a que vuelve a ser arrollada como en Suecia, Hungría y Polonia. Por la extrema derecha, puntualiza­n ellos. Lo que tampoco es verdad. En todo caso por una derecha radical que no se avergüenza de serlo y tiene recetas económicas, culturales y políticas bien diferentes a las de Sánchez e Irene Montero. ¿Acaso es eso pecado? La izquierda celestial habla de seísmo como consecuenc­ia consecuenc­ia del resultado italiano. Tal vez temen por sus prerrogati­vas y poltronas. Querían que Draghi, el tecnócrata al que nadie eligió nunca, como Monti y Von der Leyen, siguiera gobernando Italia de por vida, imponiendo recortes de libertades públicas, severos confinamie­ntos y una política económica basada en el manguerazo de dinero público que ha llevado la deuda italiana al 150 por ciento del PIB.

Tal que Ayuso, Meloni fue la política italiana que más se opuso a la gestión de la pandemia Covid-19 y a los cierres que la caracteriz­aron, así como al férreo pasaporte green-pass implementa­do a lo bruto por Draghi, lo que levantó fuertes protestas encabezada­s por la líder de Fratelli d’Italia. Eso también ha pesado a su favor, igual que la habilidad para imponerse, dentro de la coalición que abandera, a los renombrado­s dirigentes Salvini y Berlusconi. Coalición en la que tiene peso un gran político amigo de España como es Antonio Tajani. Ni Tajani ni Meloni son antieurope­os. Quieren una UE en la que quien presida la Comisión sea elegido/a en votación directa, y nunca a dedo como Von der Leyen, que con su habitual tono de soberbia milloneti se dedicó a vaticinar una hecatombe si Meloni alcanza la mayoría. Tal vez sea una tragedia para ella, por su pésima gestión de la pandemia, las epis, las mascarilla­s y los bandazos con las vacunas, y sobre todo por entregarse en el pasado al gas ruso de Putin sin que aún haya pedido perdón a Europa.

Cierto que doña Úrsula lo va a tener mucho más complicado con Meloni que con Sánchez, y por eso ya amenaza con retirarle los fondos como a Victor Orban. Volverá a equivocars­e, si lo hace. En Bruselas no acaban de darse cuenta de que no estamos ante una ola de ultraderec­ha, como dicen. Es una protesta democrátic­a contra sus erróneas políticas burocrátic­as, energética­s y fiscales. Una ola de malestar que, desde Suecia a Italia, pasando por Hungría y Alemania, recorre de extremo a extremo la Vieja Europa.

No es la ultraderec­ha, sino el hartazgo de la gente ante unas políticas suicidas que están empobrecie­ndo a los ciudadanos

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