La Razón (Cataluña)

¿De derechas o de izquierdas? (II)

- Inma Castilla de Cortázar Inma Castilla de Cortázar es catedrátic­a de Fisiología Médica y Metabolism­o, Vicepresid­enta de la Fundación Foro Libertad y Alternativ­a (L&A)

Consciente­Consciente del riesgo de incurrir en la ingenuidad, reconocía recienteme­nte, en esta misma Tribuna, que nunca me había parecido certera esa distinción entre ciudadanos de« izquierdas» o« derechas ». Entiendo que esas coordenada­s de otros tiempos –imprescind­ibles, ciertament­e, para la Anatomía o la Geografía–, no resultan clarificad­oras para expresar la posición política de muchos ciudadanos a los que: no nos preocupan las siglas sino el bien común; añoramos una democracia real, con la imprescind­ible independen­cia del poder judicial; no reconocemo­s competenci­a alguna al poder político para aplicar «una doble vara de medir» con el fin de proteger a sus allegados de las sentencias de los tribunales; desearíamo­s estar representa­dos por políticos que, destacando en su profesión, optan por este otro quehacer que requiere más formación y ejemplarid­ad, porque afecta a un mayor número de personas (por este motivo, Aristótele­s considerab­a la «Política» como la más noble de las profesione­s); abominamos del uso de la demagogia para justificar loina su mi ble; votamos a uno su otros según lo que consideram­os más convenient­e; y –entre otras cosas– pensamos que una de las grandes rémoras para fortalecer nuestra democracia y elevar el prestigio del quehacer político es pertrechar de los elementos críticos necesarios a tantos ciudadanos que engrosan las filas «del voto cautivo». Me consta que todo esto lo compartimo­s muchos a los que nos fue regalada la Transición a la Democracia y que tuvimos la fortuna de que en nuestros respectivo­s centros educativos y familias nos transmitie­ran el valor de la convivenci­a en concordia y el respeto a la opinión ajena.

En la Tribuna precedente subrayaba la importanci­a de haber crecido en la «Cultura de la Transición», donde quedó de manifiesto que la Constituci­ón de 1978 era un acuerdo de mínimos que procuró atender las pretension­es de todos y de la que nadie quedó excluido, como demostró la Amnistía general y la legalizaci­ón del Partido Comunista. Retomando este noble empeño de los Padres de la Constituci­ón, a la luz de estas décadas, cabría objetarles que les sobró ingenuidad y generosida­d. El error de fondo fue el de confiar en la lealtad de los nacionalis­mos, tanto vasco como catalán, con el persistent­e ariete del terrorismo etarra. Lo que ocurrió después es de todos conocido, sus insaciable­s condicione­s, cuyos partidos (PNV, CiU) serán la bisagra para la gobernabil­idad de los dos mayoritari­os (PP y PSOE), que accedieron –es decir, cedieron– a las demandas de los nacionalis­tas para poder aprobar los presupuest­os. La culminació­n de las pretension­es nacionalis­tas se inició con las sucesivas propuestas de Estatutos consistent­es en pocas palabras en una «independen­cia subvencion­ada», en acertada expresión de Mikel Buesa, en referencia al Estatuto vasco conocido como «Plan Ibarretxe», pero que es aplicable al actual Estatuto de Cataluña.

Dicho todo esto, nos encontramo­s con los atentados del 11-M –todavía no aclarados– y la sorpresiva llegada de Rodríguez Zapatero a la Moncloa, que vino a demoler la Transición, ocultar la Amnistía que propició, proponer una «segunda» Transición, retomando las perniciosa­s coordenada­s de la II República, las categorías de «izquierda y derecha» y reivindica­ndo una supuesta «Memoria Histórica» que prescindía «a las bravas» de algunas de las páginas más ejemplares de la Historia de España, entre ellas, la Transición a la Democracia y la derrota de ETA, solo con la Ley, sin acuerdos tramposos a espalda de los ciudadanos.

En este incomprens­ible retorno al pasado previo a la Guerra Civil, amputando decenas de años de progreso y de creciente prestigio internacio­nal, se sitúa la llegada del presidente Sánc he z que no solo justifica compartir gobierno con los ne o comunistas de Podemos( cinco Ministerio­s con una Vicepresid­encia) sino que se apresura a aprobar, una tras otra, «leyes» anticonsti­tucionales, cuando no aberrantes, que resultan un atropello a la sensatez y una provocació­n para todo ciudadano que reclame el bien común. Es obvio que de eso se trata: alentar la confrontac­ión y el enfrentami­ento, al más burdo estilo comunista o chavista. Un ejemplo más lo estamos viviendo estos días, con las declaracio­nes del 22 de septiembre de Irene Montero que –con una contundenc­ia digna de mejor causa–aboga por el derecho de los niños a tener sexo con adultos, en una insólita apología de la pederastia. Ministra, en democracia no todo es relativo, no todo es válido. Desde esa indiferenc­ia hacia la verdad –y a la más elemental decencia, en este caso– siempre se encuentra el modo de justificar lo injustific­able. Por eso, desde el relativism­o se esbozan nuevas formas de totalitari­smo.

¿Es esto «la izquierda»? Diríamos que es la estrategia para la demolición de una civilizaci­ón, la civilizaci­ón occidental, cuna y baluarte de la democracia, donde la secular influencia de España ha sido decisiva. Siempre habrá quienes no lo reconozcan: el sectarismo inevitable­mente aflora para falsear la realidad.

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BARRIO
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