La Razón (Cataluña)

El cortijo

- Juan Ramón Lucas

CaeCae otro presidente de Radio Televisión Española. Uno más. Uno menos. Es una auténtica incinerado­ra este puesto de jefe de la tele y la radio pública. Aquí lo público adquiere la más extrema condición de privado que uno puede contemplar en los medios de comunicaci­ón. Si la sanidad pública aspira a ser la de todos y atender a todos y la educación pública el imposible de llevar la calidad educativa a todos, los medios de comunicaci­ón públicos son un auténtico cortijo de los gobiernos de turno. De todos los gobiernos de turno, aquí sí que manda el consenso. Dadme a mí los telediario­s y quedaos vosotros con lo demás, decía hace años un insigne ex vicepresid­ente que ahora de tertuliano sigue defendiend­o que lo público es el campo de acción de la propaganda gubernamen­tal. Cuando ganan las elecciones autonómica­s o generales les falta tiempo –a todos, repito, sin excepción– para tomar posesión de las teles oficiales y convertirl­as en terminal propia. Lo que tendría que ser un medio de todos los ciudadanos es siempre un medio de todos los gobiernos. Solo hubo una excepción notable e irrepetibl­e, que fue cuando el gobierno de Zapatero pactó –Rubalcaba con Zaplana– el cambio de ley que modificó el carácter de ente público por corporació­n pública y el sistema de elección por tres quintos en lugar de mayoría simple. Con eso no sólo se cambió la gestión de RTVE sino, lo que fue mucho más importante, eficaz y democrátic­o, que se obligó a que el nombre del presidente de la corporació­n saliera de un consenso entre partidos. Aquello, que procuró a la tele y la radio públicas respeto, prestigio y audiencia, duró apenas un lustro: aguantó bastante el gobierno pero al final cedió a las presiones del partido y la UGT y decidió empezar a liquidar la rtve independie­nte por la vía de privarle de la publicidad. Después, el PP completó el trabajo cambiando el sistema de elección de presidente para volver a la mayoría simple y, con ella, al control directo y al mangoneo.

Y así estamos ahora. Un cese más. Otro cambio en ciernes. Poca broma en año electoral. Dicen en la casa que había razones profesiona­les de peso para cargarse a Tornero, que no terminó de conectar, que no fue capaz de hacer suya la gestión de la incinerado­ra, pero me malicio que la razón de fondo es la misma de siempre: vienen tiempos que exigen lealtades.

Hay, con todo, una esperanza y está dentro. La mayoría de los profesiona­les de la casa está harta de este vaivén de cambios incesantes e interesado­s. Hay reductos en la radio pública –parece como si les importase menos, deslumbra más la tele– en los que se trabaja con rigor y ambición profesiona­l con sentido de lo público y cierta esperanza de poder seguir haciéndolo. Les dejan en paz.

Alguien les tendría que explicar a estos políticos del control tosco y el sectarismo mediático que la libertad es mucho más efectiva, que sirve a lo público con más eficacia; que la crítica ennoblece a quien la acepta, que confrontar y discutir da prestigio a quien lo hace entre los espectador­es. La mejor etapa de la radiotelev­isión pública fue la de libertad y respeto profesiona­l. Subió de audiencia y considerac­ión. Hasta los mensajes políticos calan más si se transmiten desde la pluralidad y el verdadero debate.

Pero, claro, a éstos no les vas a convencer de que el aire fresco entra con la puerta abierta. No van a soltar las llaves del cortijo.

La razón de fondo es la misma de siempre: vienen tiempos que exigen lealtades

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