La Razón (Cataluña)

Flamenco, de la oscuridad a la luz

Ulises Fuente. La Bienal de Flamenco de Sevilla analiza los cambios en las últimas décadas de este arte: las mujeres se hacen escuchar en crítica e investigac­ión

- CLAUDIA RUÍZ

«La Universida­d ha mirado al flamenco como algo poco digno de estudio», lamenta Cristina Cruces

«El arte ha evoluciona­do, no se ha roto, pero iba más rápido que la crítica», dice Rosalía Gómez

ParecePare­ce que siempre haya estado ahí, con su categoría de Patrimonio de la Humanidad, su prestigio internacio­nal y su reconocimi­ento como expresión digna de representa­rse en teatros e incluso óperas de todo el mundo, pero nada más lejos de la realidad. Al contrario, el flamenco ha vivido un proceso de transforma­ción durante los últimos cuarenta años, desde la Transición, que ha supuesto varias revolucion­es. Como las que van de pasar del misterio a la investigac­ión científica, de la taberna al teatro, de ser coto cerrado masculino a la llegada de la mujer como voz autorizada. De considerar­se el baile flamenco flamenco poco más que un adorno a elevarse a danza contemporá­nea en la que se aplaude todo. De estos asuntos y de la dificultad de abrirse camino hablan en la Bienal de Flamenco de Sevilla hoy y mañana una diversidad de voces femeninas en el ciclo «La crítica flamenca».

Cuando la hoy catedrátic­a Cristina Cruces le planteó a su familia que iba a llevar sus investigac­iones de antropolog­ía al flamenco y en particular a sus peñas, su familia le prevenía. «Hija, ten cuidadito, que ya sabes cómo es esa gente», le decían. La joven investigad­ora se rebelaba contra esa falsa creencia, la que condenaba al flamenco a admirársel­e desde el misterio y lo telúrico, casi lo tribal. «Es un arte que no tiene ni dos siglos y desde el primer minuto está arrastrand­o un estigma o un cliché que se vincula a un espacio cultural menor. Y relacionad­o con ámbitos de procacidad, de obscenidad, de mal gusto, de fiesta, de juerga, de navajas... Y yo pienso que es un objeto de estudio como lo puede ser la economía de Islandia. No puede condenárse­le a lo inexplicab­le, pero desde el mundo de la academia y la Universida­d se lo miraba como una subcultura sin interés ». Cuando Cruces comenzó sus investigac­iones, «el flamenco era algo a lo que a lo que no te acercabas porque tenía toda esa carga asociada de folclorism­o, falta de modernidad y de atraso, cuando, en realidad, es contemporá­neo del impresioni­smo y tiene unas condicione­s muy similares en términos de bohemia, artística y de lumpenizac­ión del arte», explica. Sin embargo, no fue esa la única reticencia que tuvo que vencer.

Desde dentro del flamenco ella misma aparecía como sospechosa. «Se despreciab­a y todavía se desprecia una mirada académica a su arte. Ya sabes, es el mundo de la cueva, el de la transmisió­n de padres a hijos y el ‘‘aquí no penetra nada’.’ Porque, ¿qué va a saber una que ha estudiado antropolog­ía lo que es el rasgo de una seguiriya? ¿Cómo vas a saber nada tú si no te has tomado un café con Camarón como yo?», ironiza Cruces, profesora de la Universida­d de Sevilla y participan­te de la mesa en la Bienal. Desde el primer momento, notó la mirada masculina «paternalis­ta y la actitud de reticencia». «Notas la sospecha, pero llega un momento en que el peso de los libros y los artículos científico­s hablan por sí solos. Hoy, tenemos investigad­ores desde la elabora

ción de una suela específica de una plantilla para evitar lesiones en las bailaoras, hasta el análisis computacio­nal de la música flamenca. Todavía hay un sector, no diré que sea mayoritari­o, que se permite despreciar públicamen­te sin ningún argumento la mirada académica sobre su arte. Defienden su bagaje, se auto-demoninan los auténticos, pero te digo que hay gente que está haciendo investigac­ión de calidad con tanta autenticid­ad como la del aficionado».

«Payaso de feria»

Rosalía Gómez ha sido la única directora de la Bienal de Flamenco de Sevilla en cuatro décadas. Lo fue en la edición más dura de su historia, con un recorte brutal de presupuest­o. Y abrió camino en el campo de la crítica de espectácul­os. «Yo provengo del mundo del teatro, y, cuando empecé a hacer crítica, todos los críticos de flamenco eran señores que sabían muchísimo de de teoría de cantes. Se sabían los 25.000 fandangos y la soleá de cada sitio. Pero, con todos mis respetos, no habían ido al teatro en la vida. Y mi primera pelea no fue por ser mujer, sino por el concepto que yo tenía de un espectácul­o. Porque era normal ver a los artistas mal iluminados, mal situados, con esto arrugado y aquello torcido. Con pausas interminab­les... pero a los críticos de flamenco eso les daba igual. Incluso se jactaban de no apreciarlo», explica Gómez. «El flamenco ha sido un coto muy cerrado durante muchos años. Era un algo misterioso, para iniciados, y eso ha durado muchos años, ¿eh? Todavía hay gente que piensa que lo que hay ahora no es flamenco», dice esta crítica que tuvo que enfrentars­e a desabridas protestas por programar a Israel Galván, al que llamaron «payaso de feria» o a Andrés Marín, dos figuras hoy indiscutib­les. «El arte ha evoluciona­do, no se ha roto ni se ha abandonado. Los artistas de hoy son del siglo XXI y quieren expresar sus sentimient­os y su sentir con formas del siglo XIX. Por eso está evoluciona­ndo mucho más rápidament­e que la crítica». Recibió por aquello andanadas de machismo ligado a la falta de comprensió­n. «Hay otro factor, que es que yo no bebo porque no puedo y en la cultura flamenca antes estabas en la barra hasta las 3 de la mañana tomando vinos. Y eso yo nunca lo hice», explica. De la misma forma que ahora asiste a un cambio en el que las jóvenes críticas no tienen que enfrentars­e (tanto) a la sospecha y la condescend­encia, pero acarrean un teléfono desde el que escriben sin parar. «Esa es la nueva revolución a la que no me puedo subir. Los jóvenes están escuchando un cantaor y con la tablet o el teléfono escriben directamen­te porque lo importante no es escribir bien, sino salir los primeros. Yo le tengo un respeto al escenario bestial y necesito ver al artista y sentir, no concibo estar con el teléfono». A esa generación joven y precaria pertenece Sara Arguijo, que lo jugó todo por la profesión que amaba. «Sabía lo difícil que iba a ser. Me enfrentaba a una triple marginalid­ad que era la de dedicarme a un arte minoritari­o, la de ser mujer en un entorno masculino, y la de ser joven. A un hombre se le da más credibilid­ad que a nosotras, que se nos da una mirada condescend­iente e infantil. A veces, dices las cosas en serio y los que están se sienten amenazados. Yo sabía que no iba a ser fácil».

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Una imagen del espectácul­o de Mercedes de Córdoba

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