Tratado esquizofrénico
Hace más o menos un año los mismos compositores, director de escena y libretista pusieron en pie la zarzuela «Se vende», un acierto pleno por su colorido, su corrosivo mensaje político, su variedad de registros. Un espectáculo muy logrado. En la misma línea crítica, pero con un mensaje más críptico, se sitúa este nuevo producto, que nos lleva a un mundo más onírico.
El título «Raja la alondra» proviene de un fragmento de un poema de Emily Dickinson, «que habla de un ser escindido en dos o más seres», explica Sicilia, que tomó como referencia unos vídeos de un tal Scott Long, un estadounidense que quiso plasmar de esa manera su esquizofrenia. Lo que se ventila en el espectáculo es una permanente dicotomía, la de una persona que se engaña a sí mismo y que nos habla con continuas alusiones al problema del independentismo, de las dos Españas.
Hay un permanente desfile de imágenes, casi siempre descoyuntadas, a lo que ayuda la deformación de las proyecciones. Se repite un frontispicio ilustrado, una acumulación de frescos en los que se abren ventanas con temas actuales. Otras veces vemos imágenes que no guardan, aparentemente, relación con la disparatada narración. Se alternan con la visión de una sala en la que descansa un personaje, es posible que el que representa el barítono solista.
El conflicto nacionalista se sugiere más de una vez, sobre todo en la segunda parte de la obra, en la que vemos una habitación forrada con la bandera de España y su reverso, con la señera. En los últimos tramos se nos ofrecen imágenes que guardan una demoledora crítica hacia unos cuantos políticos actuales, quizá como símbolos de ineficacia.
El espectáculo es muy abierto, quizá en exceso repetitivo, pero tiene su miga y deja muchas puertas abiertas a la imaginación. Y viene presidido por una música bien elaborada, variopinta, compuesta en comandita por tres estupendos creadores de hoy.