La Razón (Cataluña)

Feminismos

► Piensa en lo distintas que son sus luchas feministas, la enorme distancia moral entre las iraníes que se juegan la vida y la propaganda del ministerio de Montero, tan silente, tan tardía, tan poca cosa en la defensa de esas mujeres

- Juan Ramón Lucas

InésInés leyó hace poco en una novela que en los regímenes islámicos existe una policía de la moral que se encarga de que todo el mundo vista y actúe de acuerdo con las estrictas normas que impone el Corán. Recuerda que le pareció una barbaridad un episodio de ese relato en el que una joven era detenida porque el velo del rostro no era suficiente­mente denso y se apreciaban sus perfiles. Por lo visto no es ficción. En Irán una joven veinteañer­a ha muerto a manos de esa policía de la moral por llevar mal colocado el Niqab, o Hiyab o como se llame el pañuelo ese con el que cubren la cabeza. Es la llama que ha prendido la protesta que lleva ya dos semanas iluminando de esperanza y de violencia las calles de las principale­s ciudades iraníes. Se le antoja a Inés que esto sí es de verdad una movilizaci­ón feminista. La más valiente movilizaci­ón feminista de nuestro tiempo. Las mujeres que salen a la calle, se cortan el pelo en redes, desafían a la policía quitándose el velo frente a los antidistur­bios, posan en vaqueros o pasean desafiando las medievales normas estéticas, no se juegan una regañina o una multa: están poniendo en riesgo su libertad y su vida. Es lo que tiene la revolución cuando es valiente, cuando no es de pasillo o de taberna.

Piensa Inés en el feminismo de salón que abandera la ministra Montero de aquí, tan torpe como para parecer que defiende la pederastia cuando quiere poner en valor el derecho de las mujeres de cualquier edad a decidir sobre sí mismas. Una ministra que habla siempre de su persona y sus políticas como si el movimiento feminista universal, como si las precursora­s españolas que pidieron el sufragio universal o las que lo rechazaron para impedir que el voto beneficiar­a a las derechas – influidas las mujeres por la Iglesia–, no hubieran existido o fueran páginas en blanco en la Historia de España. Esa ministra que pone los legítimos derechos de las minorías por delante de los avances en los derechos de las mujeres, y a la que Inés no ha escuchado ninguna apasionada defensa de las iraníes. Piensa en lo distintas que son sus luchas feministas, la enorme distancia moral entre las iraníes que se jue gan la vida y la propaganda del ministerio de Montero, tan silente, tan tardía, tan poca cosa en la defensa de esas mujeres. A lo que se ve, el feminismo universal tiene límites, y quizá las fronteras de Irán marquen también las del silencio de Podemos. No tiene pruebas Inés de eso que dicen algunos medios de que la tibieza del partido de Iglesias, Montero, Echenique o Belarra tiene que ver con sus conexiones con el régimen de los Ayatolás por el dinero recibido para la causa de su radio pirata de lujo, por tanto no extrae conclusion­es indebidas, pero sí le escama tanto silencio o tanto retraso en la condena. Lee que la ardorosa Irene tardó más de una semana en condenar la violencia contra las mujeres que protestaba­n en Irán. No debió de quedarle más remedio.

Pero puede que la razón sea otra. Que tenga que ver con esa filfa del respeto a otras culturas, del multicultu­ralismo que en nombre de una suerte de abstracció­n de libertad tolera la represión de la mujer en la cultura islámica. Ocultar el cabello en el islam es una forma de sumisión al hombre, de cumplimien­to del mandato coránico de cubrir el cuerpo de la mujer ante otros ojos que no sean los del padre o el esposo. El que manda. El que dirige. Es la parte suave de una horquilla que va del hiyab, el pañuelo de las musulmanas en occidente, al burka que se obliga a llevar de nuevo a las afganas. Estimar que esa concesión es un derecho que se ejerce en nombre de la libertad es negar la realidad en sí misma. Es bastante común encontrar en la izquierda española miradas de tolerancia y hasta complacien­tes con este tipo de sometimien­to –y repito el término– de la mujer. De hecho, en los primeros compases de la primera de las plataforma­s que empezó a montar la vicepresid­enta que siempre empieza por Yo, estaba Fátima Hamed, azote de Vox en Ceuta que guarda siempre con rigor incansable la liturgia del hiyab que defiende como si fuera un adorno de libertad. A Inés le parece que no se puede aceptar el velo y defender al mismo tiempo los derechos de las mujeres. De hecho, lo que sucede en Irán se le antoja la prueba palmaria de que la realidad va por ahí.

Aunque, quién sabe. Quizá se equivoque. Quizá lo de Irán sea un episodio local sin más trascenden­cia que la que le dan los medios de comunicaci­ón, siempre tan atentos a elevar la categoría de las anécdotas que enturbian la verdadera lucha feminista. Que, como todo el mundo sabe, es la de aquí, a miles de kilómetros de distancia moral de aquel mundo islámico cuyos principios debemos aceptar y respetar aunque nos repugnen. Seguro que estas lo ven así, concluye Inés.

No se puede aceptar el velo y defender al mismo tiempo los derechos de las mujeres

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PLATÓN
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