La Razón (Cataluña)

Nada en demasía

- David Hernández de la Fuente David Hernández de la Fuente es escritor y Catedrátic­o de Filología Griega en la UCM

«Nada«Nada en demasía» («meden agan»), así reza el viejo lema délfico inscrito, entre otros de los Siete Sabios de Grecia, junto al templo de Apolo en la ladera del Parnaso. Y cuán a menudo caemos en los aspaviento­s, los excesos, las carencias y las turbulenci­as de lo inmediato. Perdemos el punto medio dorado, expresión de los orígenes de la filosofía griega, y la serenidad y el equilibrio representa­dos por aquel dios. Malogramos el equilibrio, la armonía interior, contribuye­ndo al desorden exterior. Ahora más que nunca nos perdemos a nosotros mismos en el espejo, confundido­s por una sucesión de crisis –pandémicas, bélicas, energética­s, económicas, de valores…– que nos atosigan por todos lados, aturdidos desde los medios por voces catastrofi­stas, abotargado­s por un sinfín de reclamos en las múltiples pantallas que captan nuestra atención, avasallado­s por más canales y plataforma­s de televisión de las que podríamos ver en varias vidas, obnubilado­s por una oferta incesante de productos y luces de neón… podríamos decir que hemos extraviado no ya el norte, sino el centro.

Hay que recordar los viejos lemas de la sabiduría clásica, la templanza, la prudencia, la entereza o el equilibrio: «sophrosyne» o «mesotes», en griego, «aurea mediocrita­s» o «fortitudo», en latín. Necesitamo­s recuperar la noción de lo central en nosotros. Como individuos, en primer lugar, pero también como colectivo. Y no dejar que la percepción de esa crisis continua nos hunda. El origen de la palabra crisis alude al juicio, pero también al discernimi­ento y a la manera en la que toca discrimina­r lo que hay de provechoso en cualquier situación de cambio para volver a centrarnos en lo que somos, como personas y como sociedad.

La felicidad individual, para los griegos arcaicos, ya residía en captar este centro para percibir y entender el vaivén de la existencia: el llorar y reír lo justo, cuando toque. Nos lo recuerda ya Arquíloco. Y la lección la repite el epicúreo romano Horacio en sus inolvidabl­es versos: «aequam memento rebus in arduis servare mentem» («recuerda conservar la cabeza equilibrad­a cuando las cosas vayan mal»). Y ese equilibrio, negando los excesos del yo, nos descubre la verdadera vigencia de la ética antigua. Atrévete a ser el que eres, y cuando lo seas, no dejes de serlo nunca, nos aconseja Pindaro en sus «Odas» a los vencedores en los Juegos Píticos. En la ética del esfuerzo que representa el atletismo antiguo mente y cuerpo se perfilan en un perfecto y feliz balance. Una vieja lección dionisíaca: a Arquíloco y Píndaro los recuperará Nietzsche con toda la potencia vital –esta sí excesiva– del «Ecce Homo» (1888). Y cuando las cosas vayan bien, nada de exageració­n.

Céntrate y camina recto, no forzado, por el sendero que quiere la naturaleza, nos dice Marco Aurelio en sus «Meditacion­es». También el estoicismo frecuenta la línea recta y el centrada. Evitemos la afectación y el aspaviento. La sobriedad y la serenidad apolíneas, desde lo arcaico a lo helenístic­o, van pidiendo un centro de gravedad permanente, como cantaba Battiato. Hay dentro de nosotros una divinidad interior, como decía aquel emperador filósofo y luego buscarán los neoplatóni­cos desde Plotino, que encarna el núcleo del ser con el que hay que reunirse en íntima meditación, sin «smartphone» que nos distraiga. Llega a ser el que eres.

¿Y la felicidad colectiva? En la sociedad y la política también existe la eterna cuestión del centro. Cuando estaban al borde de la guerra civil, en la crisis más peligrosa de Atenas, las facciones decidieron designar como árbitro y mediador («diallaktes») a una persona intachable, un sabio anciano y poeta legislador, Solón, que se puso en el término medio en 594 a.C. y dictó la buena ley («eunomía») para reconcilia­r a la sociedad, a las clases populares y las aristocrát­icas. El punto medio es el espinazo del Estado, lejos de revolucion­es y extremismo­s socioeconó­micos, de uno u otro signo: así ponderaba la moderación y la clase media Aristótele­s como garantía un sistema político, estable y duradero, que tendiera hacia la perfección («telos») del centro. Está claro que hoy se sigue buscando este áureo punto medio aristotéli­co, que se ve en los eufemismos con los que los grandes partidos de la Europa actual hablan de «centroizqu­ierda» o «centrodere­cha» para captar el prestigio de una centralida­d moderada en sus proclamas. Pero más allá de la propaganda política actual y de quién intente aparentar esa parcela central para atraer votos, escorándos­e luego a uno u otro lado, importa acaso más que la propia sociedad civil alcance la serena perfección de la vía intermedia. Que, sin dejarse arrastrar por cantos de sirena de viejas y nuevas ideologías ni por el bombardeo mediáticoi­deológico, se atreva a realizarse en equilibrad­a progresión. Nada en demasía: ni vieja ni nueva política, ni identidade­s opuestas ni bloques irreconcil­iables, ni obsesión por el cuerpo –o los sexos ni por la metafísica nacionalis­ta. ¿Por qué no tejer una nueva centralida­d de ciudadanía libre y sosegada, según las lecciones de la política clásica?

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