Stephen King, al rey se le tuerce la corona
► El autor de la «imposibilidad probable» del misterio y el terror publica con «Cuento de hadas», un nuevo relato de corte costumbrista
Stephen King en «Mientras escribo» que adoptó este consejo del director de una revista escolar: «Escribir una historia es contársela a uno mismo. Cuando reescribes, lo principal es quitar todo lo que no sea la historia». Sabio consejo que suele olvidar a menudo. La prolijidad es un defecto que acusan muchas de sus novelas, incluso las excelentes. Eso ocurre en «Cuento de hadas». Más de 600 páginas para contar algo que podría narrarse en la mitad. Lo cual no ayudará a vencer los momentos de desinterés de la mayor parte del relato, pero aliviaría al lector del resbalón y se llegaría más deprisa al final, siempre apresurado y decepcionante.
Las novelas de King son «cuentos «cuentos maravillosos» que conjugan un relato de corte costumbrista con incursiones en la «imposibilidad probable» del relato fantástico de misterio y terror heredero del cuento de hadas. Esa fantasía es el ingrediente que nutre toda su literatura desde «Carrie» (1974) hasta este nuevo libro. En el primero, el recurso a la telequinesia hace de Carrie el contrapunto vengativo de la sumisa CenicienCuenta ta. En el último, un relato realista desplazado se invierte cuando el protagonista descubre una puerta mágica que le conduce a un mundo maravilloso.
Sin equilibrio
King no oculta que siempre escribe la misma novela, solo que unas veces acierta en el equilibrio entre el relato y lo maravilloso en sus formas de misterio o terror. En «Cuento de hadas» falla entre el largo prólogo costumbrista y la parte central del relato. La ficción dentro de la ficción permite que Charlie se transforme en el príncipe prometido que detendrá la maldición oscura. El problema es de qué forma una buena idea se tuerce por la acumulación farragosa de situaciones repetitivas que agotan al lector. Lo que empieza más que bien acaba por parecer el cuento de nunca acabar. Lástima, porque hay momentos fantásticos.