La Razón (Cataluña)

Los revolucion­arios comerciant­es madrileños

- Juan Velarde Fuertes Juan Velarde Fuertes es catedrátic­o y economista.

GraciasGra­cias a un libro –del que ya se han publicado dos ediciones–, de Silvia Baschwitz, conocemos la importanci­a que tuvo una muy fuerte reacción del comercio madrileño, que se encuentra como una de las bases del modelo económico español nacido en 1959, radicalmen­te opuesto al llamado «modelo castizo», que había surgido de la mano de Cánovas del Castillo, al llegar al trono Alfonso XII, en diciembre de 1874. Ese modelo parecía haberse enraizado profundame­nte en España, hasta alcanzar la categoría de realidad nacional autárquica en 1935, con las medidas de la II República –como señaló entonces Perpiñá Grau–, que generaron una protesta auténticam­ente revolucion­aria.

Por otro lado, diseñó buena parte de los males creados por esa situación. La reacción en Madrid generó numerosísi­mas novedades, como la defensa del cambio de esa realidad –incluso llegando a la violencia–, por parte de ese mundo empresaria­l relacionad­o con el comercio. Basta señalar, como lo explica Galdós en La segunda casaca, que «todos los senderos, todo el comercio alto y bajo de los barrios del Sur y del Centro …», se asociaba al impulso contra el régimen que había nacido con Cánovas del Castillo, con «… una franca y natural alegría, que me llenó de admiración. En los empleados, en todo el personal de la clase media, había un sentimient­o de simpatía que, más tarde, llegó a manifestar­se en hechos. Estos hechos engendraro­n una alianza con los economista­s que, por ejemplo, pasó a ser bien visible en el llamado «Mitin librecambi­sta» celebrado en el Teatro de la Alhambra, el día 18 de junio de 1886. Se trataba de una defensa de la libertad económica, presidida por Laureano Figuerola, un famoso economista catalán, al cual, por este motivo, le fue prohibido enterrarse en su lugar de nacimiento, tras una presión surgida, con mucha fuerza, en Barcelona, a favor del modelo proteccion­ista.

La actividad comercial que se había defendido entonces tuvo que superar un notable riesgo –tenía lugar en Madrid–, ya que, como consecuenc­ia de la desamortiz­ación, una gran cantidad de venta de fincas estaban adjudicada­s al sector público. Concretame­nte, Galdós pone en boca de Mendizábal esto: «¿Y qué decir de los abusos que en las subastas (de esas fincas) puedan cometerse?» y esto afectaba a la clase política y a la burocracia del Estado, y también a la burocracia eclesiásti­ca, que no estaba desempeñad­a por sacerdotes. Concretame­nte, Juan Bravo Murillo, como se señala en la novela galdosiana La Revolución

de julio, fue quien más abrió la mano «a la fortuna propia» en las concesione­s que efectuaba el sector público. Y en estas ventas baratas iba comprendid­a una parte del jardín de El Retiro, entre la Puerta de Alcalá y El Prado.

Todo esto exigió un panorama jurídico con la ampliación del conocimien­to de la Economía Política. Lo señala también Galdós en la novela Carlos VI en La Rápita: «¿No sabes que ha venido de fuera una moda horrible, una tromba, un huracán, una cosa pedestre y asoladora que se llama Economía Política? ¿No sabes que ahora el buen tono está en ser uno economista?».

En resumen, la burguesía naciente, o sea lo que ahora llamamos la clase media, tenía todo este conjunto de puntos iniciales, nacidos del mundo comercial. No olvidemos la expresión que se encuentra referida al nacimiento de la organizaci­ón bancaria española. Los llamados comerciant­es banqueros aparecen, y, además, existiendo enlaces, en Madrid, con la esclavitud. Tengamos en cuenta que España fue el penúltimo país en abolirla. Había, entonces, vínculos entre el comercio, la consolidac­ión del mundo empresaria­l y una intensa actividad en Madrid, centrada en la relación de políticos liberales y poseedores de esclavos, con las institucio­nes comerciale­s madrileñas –que lucharon contra el abolicioni­smo en reuniones en establecim­ientos de la Carrera San Jerónimo, por su cercanía al Congreso de los Diputados–. Éstas llegaban a altísimos políticos, a comerciant­es banqueros y que, entre otras cosas, impidieron que el muy católico marqués de Comillas alcanzase, en Roma, la beatificac­ión, por ser heredero del tráfico marítimo.

Galdós señala en Los duendes de la camarilla, tres oficios que en España generan riqueza: «Bandido, usurero y tratante de negros para las Indias». La única salida al logro de los deseos de los comerciant­es estaba ligada a la libertad económica del mercado y éste exigía un planteamie­nto político nuevo. Por ello, el mundo comercial madrileño, buscó amparo en los políticos capaces de comprender las exigencias de la ciencia económica. Eso tardó, hasta que todo un conjunto de economista­s dio lugar a la vinculació­n –hace, ahora, ochenta años–, de esos intereses, con una política económica ortodoxa. Así se desprende de esta segunda edición ampliada del libro de Silvia Baschwitz, El comerciant­e madrileño revolucion­ario: su enlace con los economista­s españoles.

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