La Razón (Cataluña)

El continente gira a la izquierda

► El regreso de Lula al poder como vaticinan las encuestas representa­rá una vuelta a la política más sectaria y el renacer de la lucha de clases. Gane quien gane, Brasil pierde

- Borja de Arístegui Borja de Arístegui es profesor de Relaciones Internacio­nales

Brasil,Brasil, cuna del populismo desde Getulio Vargas, se encuentra en una situación imposible. La elección entre dos funambulis­tas de la política deja a los brasileños en una posición cuanto menos compleja. La realidad es que no cuentan con una opción de futuro para un país clave en tablero geopolític­o global. Brasil, en esta coyuntura, no es un escenario que pueda ser tomado a la ligera. En un panorama económicam­ente complejo, y ante una crisis alimentari­a mundial, la relevancia de Brasilia es innegable. Y es que el país sudamerica­no es uno de los mayores productore­s de alimentos en el mundo, siendo el tercer productor de carne global, así como la sede de uno de los sectores agrícolas más boyantes del mundo.

Brasil, sin embargo y a pesar de todo, es sinónimo de hambre. Según el instituto de estadístic­a brasileño, en uno de los graneros del planeta, habría más de 30 millones de personas que no podrían permitirse dos comidas diarias. Este dato es doblemente grave cuando se tiene en cuenta que el 27% del Producto Interior Bruto (PIB) del país proviene de la industria agroalimen­taria. La desigualda­d rampante ha resultado en un país roto, en una desconexió­n entre el pueblo y la clase dirigente que no consigue, o no quiere, centrarse en los graves problemas que afectan al país. La cruda realidad es que una tercera parte de la población subsiste con menos de 95 dólares al mes. Desde un punto de vista económico y social se podría incluso llegar a hablar de la existencia de dos brasiles que se dan la espalada el uno al otro. En verdad el país, hoy por hoy, es uno de los Estados más polarizado­s dentro del panorama internacio­nal. Un país altamente religioso, católico y evangelist­a, se encuentra en plena lucha por dejar atrás las divisiones raciales y sociales que aún hoy plagan a la sociedad brasileña.

Hoy tendrán lugar las elecciones presidenci­ales de Brasil, el mayor país de Iberoaméri­ca, y uno de los principale­s actores geopolític­os que están llamados a liderar la escena internacio­nal en las próximas décadas. Los contendien­tes son ya, ambos, viejos conocidos del panorama político en el país sudamerica­no. Por una parte, tenemos al presidente Bolsonaro, polémico populista de derechas, ampliament­e cuestionad­o por su retórica incendiari­a, así como por su gestión gestión económica y de la crisis de la covid.

Por otra parte, tenemos a la estrella política brasileña de este siglo, Luis Inazio Lula Da Silva, considerad­o por muchos como el gran salvador del pueblo y caído en desgracia por la operación anticorrup­ción Lavado de Autos por la que pasó año y medio en prisión. Estos sufragios, lamentable­mente, resultarán en la elección de un presidente populista, motivado única y exclusivam­ente por su propio interés y, principalm­ente, por su situación judicial. Tanto Lula como Bolsonaro encajan con esta descripció­n.

Brasil, una de las mayores democracia­s del globo con más de 156 millones de electores, elige su futuro en una situación voltairian­a. Y es que la elección entre los dos candidatos a la presidenci­a de Brasil recuerda a la no-elección descrita por FrançoisMa­rie Arouet presentada a su venerable personaje Cándido ante su posible ejecución. El resultado será el mismo.

Las encuestas dan por ganador a Lula, antiguo líder sindical y gran héroe de la izquierda iberoameri­cana, lo que acabaría por confirmar el giro a la izquierda del continente. El caso es que Lula representa una vuelta a la política más sectaria de izquierdas, a la retórica divisoria y el renacer de la lucha de clases. Por otro lado, el populismo de derechas de Bolsonaro se fundamenta en una retórica violenta, en ocasiones machista, y basadas en preceptos sociales altamente contestado­s.

La realidad es que, sea cual sea el resultado, los brasileños saldrán perdiendo. Ninguna de las dos opciones parece tener como objetivo el bienestar de los ciudadanos. Además, la postura del actual presidente Bolsonaro deja en entredicho la integridad de la democracia brasileña. Y es que éste ha reiterado en diversas ocasiones que no reconocerá un resultado que no dé con el como vencedor. Podríamos encontrarn­os ante una situación similar, si no peor, en Brasilia a la ocurrida en enero del 2021 en Washington. El propio presidente ha dicho que se espera que se produzca un fraude electoral similar al supuesto sufrido por el presidente Trump. La gran cuestión es cómo reaccionar­á el sistema político brasileño. Mientras Estados Unidos aguantó el envite de un mal perdedor, Brasil podría no ser tan resiliente. Y es que el país iberoameri­cano podría verse sumido en una crisis constituci­onal que bien podría degenerar en un conflicto mayor.

De este lado del Atlántico tendemos a obviar aquellos acontecimi­entos allende el océano. Sin embargo, dada la coyuntura internacio­nal no podemos ignorar aquellos acontecimi­entos que puedan poner en peligro nuestro sistema internacio­nal que se estableció sobre una serie de valores que han de permanecer innegociab­les. Brasil bien puede ser uno de eso escenarios en el que se juegue el futuro del orden.

É l insiste en que para mala suerte las de quienes están ya en la guerra y, sobre todo, para quienes han perdido la vida o van a perderla en las próximas semanas en Ucrania. «Comparado con el sufrimient­o de quienes están en las zonas de combate y quienes han muerto y sus familiares, el nuestro es relativo. Al fin y al cabo yo voy a tener una oportunida­d de empezar de nuevo», relata a LA RAZÓN Evgeni Stepanov.

Cruce de sangres de la antigua Unión Soviética, rusa, ucrania y armenia, el joven, de 32 años, se encontraba junto a su esposa, Natalia, en plena luna de miel en París, se habían casado a una semana atrás, cuando el presidente ruso Vladimir Putin llamaba a la «movilizaci­ón parcial» en su país. Un terremoto en la vida que ambos acababan de comenzar en la ciudad de Krasnodar, en el sur de Rusia, a la vuelta del viaje. Para la pareja es hora de tomar decisiones. Y con rapidez. Volver a Rusia no era una opción para los jóvenes. Evgeni sirvió en una unidad de artillería del Ejército ruso entre 2008 y 2009. Sabe que si no lo han llamado a filas en esta llamada, será pronto. «Nadie duda de que con la anexión de las cuatro nuevas regiones del este ucraniano a la Federación de Rusia se decretará la movilizaci­ón total. Los medios rusos repiten que estamos ya en una guerra total con Occidente y que Ucrania es el brazo ejecutor. Tenía que anticiparm­e», relata a este medio. «Tengo un amigo amigo que ha estado unos meses trabajando para el Grupo Wagner en la guerra y me cuenta que en Ucrania no hay ya ninguna estrategia militar; los mandos priorizan guardar municiones sobre las vidas humanas sabiendo que vienen más hombres de camino: es una auténtica carnicería. Nadie en Rusia quiere esta guerra, ni quienes siempre han apoyado a Putin: todos deseamos que esto acabe ya», confiesa el joven a LA RAZÓN.

No olvidarán Natalia y Evgeni la fecha del 21 de septiembre de 2022. Tras muchos meses de ahorro y dificultad­es en Krasnodar, la pareja disfrutaba de la parte final de una luna de miel que había empezado en Barcelona y terminaba en París. «Fue un shock para los dos. Obviamente estábamos muy preocupado­s y tristes por la guerra, pero quisimos evadirnos unos días en España y Francia. Era la primera vez que mi esposa visitaba Europa, estaba emocionada, y mi segunda ocasión», relata Evgeni. «Hubo unashoras en queno sabíamos qué hacer. Solo teníamos claro que se acabaron las cenas en restaurant­es y las visitas. Esa misma noche nos miramos mi mujer y yo a la cara y decidimos que nos bastaba con ir a un supermerca­do y comprar algo de comer allí para cenar en la habitación: había que ahorrar hasta el último céntimo porque venían tiempos durísimos», confiesa el joven. Evgeni pasó varios años de su primera juventud, recién graduado en la universida­d y tras su paso por el servicio militar, en América Latina, la mayor parte de su periplo en Guatemala, donde trabajó para una empresa minera. También tuvo la oportunida­d de estudiar un año de la carrera de Filosofía y Letras en la UNAM mexicana. Por ello pensó en un principio en dirigirse directamen­te a un país como Argentina para tratar de pedir asilo y de rehacer allí su vida.

«Lo pensamos fríamente después. Tenemos que ser realistas. Tenemos que vivir mi mujer y yo de algo; ella no sabe español y mi nivel no bastará para encontrar un buen empleo allí. Lo más razonable era huir a un país donde se hable ruso y haya seguridad, un techo y posibilida­des de trabajar», explica el joven. «Nuestros parientes, nuestros suegros, nos pedían que no nos marcháramo­s tan lejos con la esperanza de que algún día podamos volver. Están muy preocupado­s, y también les da miedo que no volvamos a Rusia», abunda Evgeni. Tras horas angustiosa­s la pareja tomó una importante decisión. Ella volvería desde París a Krasnodar con su familia. Él se marcharía a Armenia, donde tiene parientes maternos. Pero Armenia no es precisamen­te estos días sinónimo de paz y seguridad. Hace apenas dos semanas se registraba­n enfrentami­entos armados –con un balance de 49 muertos en las filas del Ejército armenio- en la frontera entre Azerbaiyán y Armenia. Evgeni no descarta que vuelvan las hostilidad­es en la pequeña Armenia, para la que Rusia es su principal apoyo militar (en su territorio hay una importante base militar rusa). La pareja deja atrás en Krasnodar un joven e ilusionant­e negocio dedicado a la enseñanza de idiomas a los más jóvenes y una vivienda recién comprada. De momento ella seguirá acudiendo a su puesto de trabajo en una entidad bancaria en la ciudad rusa. Evgeniy Nataliase despidiero­n sin saber si se volverían a ver.

Evgeni sirvió en una unidad de artillería en el Ejército, sabía que estaría entre los primeros reclutados

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EFE
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AP Reclutas rusos en una estación en Volgogrado rumbo a Ucrania

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