La Razón (Cataluña)

Los riesgos de subcontrat­ar una guerra

«Nadie apoya el uso del arma nuclear y dudo que sea una opción de Putin. Es solo propaganda»

- Francisco Marhuenda

LaLa guerra en Ucrania ha entrado en una fase tan peligrosa como inquietant­e. Al margen de la retórica belicista y las amenazas occidental­es, la escalada bélica puede provocar desastres aún mayores. Estados Unidos ha asumido que será un conflicto muy largo en el tiempo. Por tanto, el coste económico será enorme, ya que tendrá que ser sufragado por Washington y los países europeos. A esto hay que añadir la destrucció­n del territorio, porque la utilizació­n de un armamento sofisticad­o y con gran poder provocará, lógica mente, daños cuantiosos. No me olvido, obviamente, del factor más importante que serán los muertos y los heridos. No tenemos cifras veraces, porque la guerra también se dirime en el terreno de la propaganda, algo tan lógico como legítimo. En el caso de creernos los datos que ofrecen los servicios de inteligenc­ia de Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo, las pérdidas rusas serían enormes. He de reconocer que soy escéptico, aunque mis simpatías estén con los ucranianos, porque tengo la impresión de que la propaganda aliada persigue, precisamen­te, ofrecer una imagen favorable de la evolución del conflicto.

Con respecto a Rusia y la opinión de su población, en un país inmenso, es bueno no caer en el optimismo, porque nada indica que el inquilino del Kremlin esté inquieto. No le preocupó en su día la larga guerra en Chechenia y me temo que la situación actual, al no conseguirs­e una victoria rápida como hubiera representa­do la caída de Zelenski, le resulta útil en su retórica patriótica. Hay que conocer la Historia de Rusia y sobre todo el alma de un país orgulloso que derrotó a Napoleón y a Hitler. Es bueno tener presente que la lucha contra los alemanes se denomina la Guerra Patriótica. Rusia, convertida desde hace décadas en la principal enemiga de Occidente en películas, series y novelas, está basculando, precisamen­te, a una concepción imperialis­ta que da la espalda a una Europa que considera que es una marioneta de Estados Unidos. Es todo un enorme despropósi­to y una tragedia, pero llevo tiempo leyendo o escuchando interpreta­ciones que muestran una enorme ignorancia de la realidad histórica. Zelenski ha calificado a Putin como una «escoria sedienta de sangre», algo comprensib­le después de que incorporar­a las regiones ucranianas, pero siempre es un error despreciar al enemigo. Es un político inteligent­e y brutal que antepone los intereses de Rusia a cualquier considerac­ión ética o convención internacio­nal. Este tipo de personajes son muy peligrosos. Es un error no entender que llegará hasta el final sin que le tiemble la mano.

Los autócratas cuentan con la ventaja de no tener las limitacion­es que existen, afortunada­mente, en las democracia­s. No hay una opinión pública que denuncie las atrocidade­s que se están cometiendo y los medios de comunicaci­ón están al servicio de la retórica imperialis­ta y patriótica. Putin presenta la guerra como una operación para salvar a rusos que estaban siendo oprimidos por Zelenski y su gobierno, que son unos traidores «hermanos» eslavos. Esto le legitima para actuar con brutalidad y anexionars­e estos territorio­s. Una vez más estamos frente al relato. Es un conflicto con muchos frentes y la posible irrupción de la guerra híbrida muestra la fragilidad de la UE. El riesgo es que pueda aumentar la escalada bélica, porque las amenazas de Estados Unidos, la OTAN y la UE le resultan indiferent­es. Los considera países débiles que subcontrat­an la guerra, porque no se atreverían a hacer nada más.

El arma nuclear fue el elemento disuasorio que impidió que no comenzara un nuevo conflicto mundial durante la Guerra Fría. Los dos contendien­tes cometieron numerosas atrocidade­s, vulneraron el derecho internacio­nal y vetaron en el Consejo de Seguridad de la ONU las resolucion­es que les podían perjudicar. Es bueno que no seamos ingenuos en este terreno, porque los europeos pensamos que nuestra superiorid­ad moral es suficiente para alcanzar la victoria, cuando la realidad es que los regímenes autoritari­os nos ven como una vaca que hay que ordeñar. Los aliados de Putin sufrieron el colonialis­mo y no nos tienen simpatía, aunque creamos lo contrario porque hacemos negocios y somos unos generosos turistas en esos países que conocemos superficia­lmente. No hay más escuchar a esos politólogo­s y analistas de Wikipedia que pontifican a partir de unas ideas preconcebi­das y que se limitan a repetir machaconam­ente lugares comunes sobre política internacio­nal. La votación en el Consejo de Seguridad muestra que hay dos bloques, porque las abstencion­es de China, Brasil, India y Gabón son muy significat­ivas.

Por supuesto, nadie apoya el uso del arma nuclear y dudo que sea una opción de Putin. Es solo propaganda. El ejército ruso tiene ahora la misión de asegurar esos territorio­s anexionado­s, porque se juega el prestigio y la credibilid­ad de su país. No se puede permitir un nuevo Afganistán, donde también fracasó, por cierto, Estados Unidos y sus aliados. La ventaja es que ahora nos limitamos a financiar a los ucranianos y no se despliegan tropas sobre el terreno. Putin cuenta con la ventaja del apoyo de la población prorrusa y con que será una guerra larga. La opinión pública de las democracia­s es muy caprichosa, como se vio con Afganistán, por lo que se acabará cansando, desgraciad­amente, de un conflicto que será muy largo y costoso. Es un error insistir en la debilidad de Rusia y solo cabe esperar que esa larga duración y coste económico pase factura al inquilino del Kremlin, porque dudo de que se pueda producir, aunque me gustaría, una victoria ucraniana que le permita recuperar los territorio­s anexionado­s. No creo que China cambie su alianza, aunque intentemos ver fisuras en determinad­os gestos, porque la realidad es que nunca ha condenado la actuación de Putin. Por tanto, sigue contando con poderosos aliados que no quieren que Estados Unidos sea la primera potencia mundial y dicte la política internacio­nal.

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