Mar del Norte
Ignacio Rodríguez Burgos
TrasTras la invasión rusa de Ucrania, nadie predijo una guerra submarina contra las grandes infraestructuras europeas. Se han roto los moldes con el sabotaje en el Báltico a los gasoductos Nord Stream 1 y 2. Es una nueva amenaza contra la achacosa Europa y sus redes de energía y de telecomunicaciones, como la fibra óptica, que conforman el damero del Mar del Norte, Atlántico y Mediterráneo. Noruega, no solo EE UU, se ha convertido en el gran suministrador de gas de Alemania. Desde el país nórdico se transportan, por numerosos tubos, a la patria de Olaf Scholz casi tantas termias de gas como las que provenían de las estepas rusas. El gas originario del Mar del Norte serpentea por decenas de enlaces en un fondo marino arenoso a, relativamente, escasa profundidad. Para evitar nuevos sabotajes, las flotas de la OTAN patrullan por la cuenca del gas y la nafta escandinava. No solo están en peligro las instalaciones sumergidas, también las plataformas petrolíferas y las extensas plantaciones eólicas. El Mar del Norte, desde Aberdeen a Stavanger y de Berger a Rotterdam, es una de las principales «pilas de combustible» de la sedienta Europa. Rusia se mueve con torpeza en las guerras convencionales, es lenta, sangrienta y cruel. Pero Moscú es maestro en los conflictos híbridos y asimétricos. Está cómodo en los márgenes. La dificultad añadida está en que la red de gasoductos que transportan la energía a Europa es altamente vulnerable, ya sea por la ruta turca, la ítalo-tunecina-argelina o el enlace directo Orán-Almería. Y el transporte por buques metaneros también presenta riesgos. Las patrullas marinas se extenderán e incluso los convoyes.