La Razón (Cataluña)

El fiasco de Liz Truss

Opinión Juan Ramón Rallo

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LizLiz Truss finalmente se baja del carro y no disminuirá impuestos. Hace una semana ya criticamos en estas mismas páginas el populismo fiscal que supone pretender recortar la carga tributaria que pesa sobre los ciudadanos sin, al mismo tiempo, reducir estructura­lmente gastos que esa recaudació­n financiaba. El recorte de los desembolso­s estatales no tiene por qué ser inmediato, pero sí ha de dejar el valor presente de los superávits (o déficits) fiscales futuros intacto. Si no lo hace, si aumenta el endeudamie­nto, eso supone una mayor losa financiera para las generacion­es futuras, lo cual siempre resulta criticable, pero, cuando una economía está tan endeudada como la de Reino Unido, lo es muchísimo más, porque provoca el descrédito de los pasivos estatales. Truss no hizo nada de todo ello, no sabemos si porque no se atrevía a comunicarl­o o porque de verdad se creía que el estímulo fiscal iba a ser tan gigantesco que, San Laffer mediante, la recaudació­n terminaría aumentando y saneando las cuentas públicas. Y los mercados han terminado por empujarla al vacío. El problema de este tipo de tacticismo populista, empero, es que termina por mancharnos a todos los demás que nada tenemos que ver con él. A la postre, si algún mensaje mediático ha quedado del circo británico es que «bajar impuestos es malo para la economía». Incluso los periodista­s han asaltado a los representa­ntes del PP que propugnan rebajas fiscales inquiriénd­oles si el fiasco inglés no les lleva a replantear su programa económico. Como si lo que los mercados castigaran del Gobierno de Truss fuera el recorte de impuestos y no el increEjecu­tivo mento de la deuda, es decir, que bajara impuestos sin disminuir los gastos. Desde esa perspectiv­a, quienes deberían replantear­se su programa son todos aquellos políticos que han cebado el endeudamie­nto público de nuestro país hasta uno de los niveles más elevados de nuestra historia. Son esos políticos, los que hace menos de diez años rechazaban la austeridad como austericid­io, los que deberían estar replanteán­dose sus ideas: el endeudamie­nto público es peligroso –muy peligroso–, provenga éste de una reducción de impuestos o de un aumento del gasto. Pero no lo harán: aprovechar­án la coyuntura para criticar toda reducción fiscal y seguirán endeudándo­nos peligrosam­ente a todos.

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