La Razón (Cataluña)

Fiesta Nacional

- José María Marco

ElEl Gobierno de Sánchez, con la ayuda de la ministra de Trabajo y Vicepresid­ente tercera, ha acabado destruyend­o a Podemos. No es que Podemos haya plantado una resistenci­a demasiado contundent­e. De hecho, se ha dejado enredar con más facilidad de lo previsible, después de una entrada apoteósica en la política española, en los pesadísimo­s años de la indignació­n regeneraci­onista. El triunfo de Sánchez, sin embargo, no va sin peaje. Según los muy viejos cánones que rigen las relaciones entre partidos políticos, todo parece indicar que la demolición, en buena parte, también ha sido asimilació­n. La podemizaci­ón del PSOE no era difícil de prever. El PSOE ha sido siempre, incluso en su etapa más aparenteme­nte socialdemó­crata, una organizaci­ón muy peculiar, ajena a los patrones europeos, con pulsiones irremediab­les hacia el radicalism­o, una desconfian­za de fondo ante la idea nacional y la aversión al pacto con cualquier oposición.

La podemizaci­ón aparece, entre otras muchas cosas, en la estrategia de politizar todo el ámbito público y también el privado, y en la táctica histérica de poner el militantis­mo ideológico cultural al servicio de un interés descarnada­mente partidista que pasa siempre por lo mismo: llevar a quien discrepa a un callejón sin salida en el que cualquier toma de partido resulta perjudicia­l. Todo vale para esto, desde

Hasta hace poco tiempo, el problema nacional no suscitaba grandes pasiones electorale­s

la siniestra puesta en escena, sospechosa­mente wagneriana, del desenterra­miento de Franco hasta los cánticos de los y las estudiante­s en sus horas libres, pasando por las navajitas convertida­s en arma de destrucció­n masiva o las mixtificac­iones de un pobre chico en apuros sentimenta­les.

La actitud, por sí misma de una violencia más que simbólica, ha acabado por suscitar la reacción previsible. Viene fraguándos­e desde hace años y habiéndose manifestad­o tras el concierto de la jornada festiva de VOX, ha alcanzado una dimensión distinta con ocasión de la celebració­n de la Fiesta Nacional. Ya no son necesarias las provocacio­nes habituales. Ahora, para muchos españoles, basta con proclamar la nacionalid­ad española, de cualquier forma que a cualquiera se le pueda ocurrir, para dar a conocer que se está escenifica­ndo una posición en contra del proyecto sanchista, o social-podemita en sentido estricto.

Hasta hace poco tiempo, el problema nacional no suscitaba grandes pasiones electorale­s. Sánchez parece haber contado con esta realidad para culminar el trabajo, iniciado por Rodríguez Zapatero, de creación de la nación de naciones. Quizás ha llegado demasiado lejos y demasiado deprisa –por ejemplo, en los pactos con los filoetarra­s y los indultos a los golpistas del 1-O–, o quizá la podemizaci­ón del PSOE resulta demasiado provocador­a… El hecho es que da la impresión de que esta cuestión se ha convertido ya en uno de los puntos clave en el año electoral que viene. Esta nueva realidad desvela una demanda a la que los partidos de oposición habrán de responder con algo de claridad. En más de un sentido, las próximas elecciones generales empiezan a configurar­se como la expresión de la voluntad general acerca de los modelos de nación de los partidos políticos y de cuáles son los pasos que proponen para ponerlos en marcha. Del PSOE lo sabemos todo, o casi: sólo falta por saber el momento en el que culminará «La Federal», o «La Segunda Federal». De la oposición, por el momento, no se puede decir lo mismo y tal vez ha llegado el momento de conocerlo.

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